El fondeo o captación de capital ha sido un tema delicado para la mayoría de las organizaciones de la sociedad civil.
Hasta los años 90, era común que grandes empresas mexicanas familiares apoyaran con fuertes sumas el trabajo de dichas organizaciones; entre estas, encontramos casas hogar, centros educativos, refugios de todo tipo, hospicios, y otros. Esta modalidad comenzó a cambiar cuando las empresas iban siendo compradas por grandes compañías internacionales, las cuales comienzan a desarrollar programas de Responsabilidad Social Empresarial y de esta forma, comienzan a apoyar a una menor cantidad de organizaciones, generalmente bajo concurso y pidiendo métricas y evidencias sobre las actividades realizadas.
Lo anterior hace que las ONG tengan que invertir recursos en su profesionalización para desarrollar proyectos específicos y medibles, lo cual es bueno, pero afecta de cierta forma la actividad principal de las ONG, que viven siempre con recursos muy limitados. Si bien sabemos que las ONG nacen generalmente para atender problemáticas sociales que el gobierno no alcanza a cubrir, estas pocas veces son subsidiadas por programas de gobierno. Hasta hace no mucho, el sector privado y, en específico, las grandes empresas otorgaban fondos para las ONG, pero la modalidad comienza a cambiar al integrar inversionistas sociales.
Los bonos de impacto social son una manera de que el gobierno otorgue fondos a las ONG, cuyas actividades solucionan problemáticas sociales y van más allá de lo paliativo. Los bonos sociales comienzan a experimentarse en Reino Unido en programas de reinserción en el 2008, y lo interesante de los bonos sociales consiste en que el gobierno no ‘arriesga’ su capital en programas que posiblemente no sirvan, sino que el riesgo se transfiere a los inversionistas privados. De esta forma, la ONG desarrolla un programa y se encarga de probar que funciona y medir que en verdad funciona. Una vez logrado lo anterior, consigue inversionistas privados que lo puedan fondear. Durante la ejecución, los inversionistas tendrán un seguimiento muy cercano de lo que se está desarrollando; si el programa resulta exitoso, entonces el gobierno otorgará el monto de inversión realizada al inversionista social.
Ahora que ya lo conoce, se preguntará: ¿A quién le interesa fondear proyectos que en realidad sirvan para que después me entreguen el dinero que invertí sin ningún beneficio real directo para mí?, ¿cierto? Pues la diferencia es precisamente en pensar más allá, en el futuro de la sociedad, y si estamos hablando de beneficios, bien podríamos pensar en el caso de un inversionista que vive en una colonia afluente, que precisamente colinda con una colonia muy pobre, por lo que la delincuencia ya lo acosa. En este caso, invertir en un programa que pueda cambiar realmente la situación de esa colonia difícil, ‘prestando’ su dinero, es una manera perfecta de mejorar nuestra comunidad inmediata. Sin mencionar, por supuesto, el incremento en el costo de las viviendas en ambas colonias, y principalmente la calidad de vida en ambas.
Por: Elsa Ontiveros Ortiz
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