Estimado lector/a, imagínate por un momento: Es el año 2095 y un equipo de científicos acaba de revivir tu mente, incluidos tus pensamientos y recuerdos
Como si estuvieran viendo una película, tus nietos y bisnietos se sientan a ver algunas escenas de tu vida, por ejemplo tu fiesta de cumpleaños en el 2019 o el nacimiento de uno de tus hijos, algunos años después.
Una de tus nietas, quien nunca te conoció, le pregunta a tu hijo menor, quien es ya un anciano: “Papá, ¿eres tú al que estoy viendo nacer?”.
Aunque parezca cosa de ciencia ficción, el escenario anterior podría resultar factible en un futuro no tan lejano. La criopreservación, una técnica que permite conservar en estado de congelación el cuerpo de una persona tras su muerte, abre la posibilidad de poder revivir a ésta cuando el avance de la ciencia así lo permita.
Por 80 mil dólares, Alcor – una compañía dedicada a la criopreservación – ofrece dicho servicio, con la garantía de que sus representantes futuros “echarán a andar” de nuevo los cuerpos y/o mentes de sus clientes.
Traigo lo anterior a cuento porque el New York Times recién estrenó ‘La última voluntad de Kim Suozzi’, un corto-documental sobre una joven que falleció a consecuencia de un tumor canceroso inoperable. Inmediatamente después de su muerte, Josh Schisler, su prometido, se encargó de cumplir un deseo expreso de su amada en vida: congelar su cerebro con la esperanza de revivir su mente en un porvenir lejano.
Como parte de los preparativos de su inminente partida, Kim – una estudiante universitaria de neurolingüística – le concedió autorización a un reportero del diario neoyorquino para acompañarla en sus últimos meses de vida, así como de entrevistar a sus parientes y amigos.
Gracias al referido periodista, podemos escuchar la voz de Kim, compartirnos la razón de su legítima esperanza:
“Cuando un científico dice que algo es posible, es muy probable que esté en lo correcto. Cuando declara que algo es imposible, comete un error. La única manera de descubrir los límites de lo posible es aventurarse a ir más allá y permitir que éste suceda. Una tecnología de avanzada es imposible de distinguir de la magia”.
Josh rinde testimonio de la brillantez intelectual de Kim y el porqué de su última voluntad: “Le encantaba leer todo lo relacionado con el conocimiento científico, la psicología, la lingüística y el funcionamiento del cerebro. Me presentaba evidencias muy poderosas de por qué valía la pena conservar su cerebro”.
Kim logró recolectar los 80 mil dólares requeridos para su criopreservación por medio de los generosos donativos anónimos de múltiples individuos, que conocieron de su predicamento en voz de la misma interesada vía Internet.
Rick, su padre, la amaba con devoción. Si bien respetaba sus planes, no los compartía y comenta:
“Le dije: ‘no podemos vivir para siempre, Kim, morir es parte de la vida’. Por dolorosa que fuera, esta divergencia no es privativa de la familia Suozzi, pues forma parte de debates como el de la eutanasia, que intentan responder a la pregunta de cómo y cuándo se debe poner o no punto final a una vida.
Morir es parte del ciclo natural de la existencia, esto es indudable. Pero también me parece perfectamente encomiable el parecer de la joven, pues ¿quién podría despojarla de su legítimo derecho a aspirar a que en el futuro se puedan conocer de la manera más vivencial y realista sus recuerdos y pensamientos, diligentemente conservados y revividos por la ciencia? ¿Quién, de entre los humanos, se abrogaría el poder de convertirse en juez de la vida y de la muerte?
En una de las últimas escenas del documental, somos testigos de un examen médico practicado a Kim apenas unos cuantos días antes de su partida. Una doctora le hace preguntas para determinar el estado de su mente, ya deteriorada por la acción depredadora del cáncer. Si bien ella es aún capaz de entender lo que se le pregunta, admite no saber dónde está o por qué está allí. Incapaz de responder, solo acierta a dirigir su mirada incierta y confusa hacia Josh, quien amorosamente le sonríe para restablecerle la confianza perdida. En la siguiente toma se les ve abandonar el hospital, tomados de la mano.
Presenciar este valioso documento periodístico es una experiencia estrujante, pues se nos confronta con vívidas imágenes de Kim en la última etapa de su vida, en ocasiones sonriendo y otras preparándose, desconsolada, para su cita final con el destino.
Las investigaciones en el campo de la criobiología siguen su marcha y en la actualidad se está experimentando con los cerebros de ratones y conejos, con la esperanza de que en los años próximos la técnica permita reactivar la actividad neuronal de los especímenes sacrificados en aras de la ciencia.
Podremos estar o no de acuerdo con semejante modalidad de la investigación científica. Sin embargo, soy de la idea de que deberíamos de reconocer como legítima la aspiración de nosotros, los seres humanos, a preservar de alguna manera los rastros de nuestra efímera estancia en este planeta.
Raúl González Pinto (*)
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