Pongamos el caso de una madre de familia que cada mañana lleva a sus niños a la escuela y que es a la vez una devota esposa, asalariada, contribuyente del fisco, creyente de algún credo político o religioso, partícipe asidua de Whatsapp, Facebook y otras redes sociales, cliente fiel de carnicerías, tintorerías, farmacias y supermercados y en sus “ratos libres” cocinera, lavandera y empleada doméstica en su propio hogar. Todo esto ante el escaso o nulo reconocimiento del entorno social, que le exige entereza, humildad, sumisión y, sobretodo, nunca dejar de mostrarse “femenina” y complaciente.