Probablemente al leer el título usted pensó que hablaré de la vida como una suma diaria de elecciones, de decisiones que tenemos que tomar entre diversas opciones que se presentan. Esta imagen, si bien cierta, no es la que quiero abordar. Más bien, comparar la vida con un proceso electoral.
Puede que le parezca pedestre, tal vez le gustaría una imagen más poética o artística. Comparar la vida con alguna obra que pretende reflejarla, ya sea en la pintura, la escultura o la música, pero en esos casos, tal es el deseo del autor, reflejar de alguna forma la riqueza del devenir humano en algún momento de gloria, paz o abatimiento.
Sin embargo, dentro de lo poco artístico que nos puede parecer un proceso electoral, es un reflejo de la vida misma, de las distintas etapas, así como de las cimas y las simas que la resumen. Veamos cómo esto es posible.
La vida tiene una etapa de preparación, de maduración. Para los retos que nos vamos a enfrentar, lo mismo la escuela que los sucesos diarios nos van forjando, dando la solidez necesaria para enfrentar las decisiones que se nos presentarán. El éxito en el futuro depende en buena medida (en casi toda) de esta etapa formativa. Quien no recibe la educación adecuada, quien no desarrolla los talentos que tiene, quien no madura su espíritu y templa su carácter, enfrentará con deficiente bagaje los retos a los que deberá hacer frente.
El proceso electoral tiene una etapa preparatoria. Integración de órganos, aprobación de materiales, expedición de acuerdos y reglamentos, constitución de coaliciones, precampañas, campañas, selección y capacitación de funcionarios de casillas. Actos desenvueltos por los ciudadanos, autoridades, partidos y candidatos, en los que existe un hilo conductor que les da sentido, así como un orden en el tiempo sin el cual se volverían actos desarticulados. La realización adecuada de cada uno no garantiza el éxito del proceso, pero su deficiente ejecución asegura el fracaso.
Hay en la vida momentos de tensión, de duda, de profunda incertidumbre. Momentos en los que no se sabe si todo lo hecho será suficiente para alcanzar el objetivo trazado. Se pone a prueba nuestra solidez, la desesperación llama a cuentas a la firmeza del carácter. Parecemos estar de forma instantánea o indefinida, en el filo de la navaja, sin saber con precisión de qué lado caeremos, o si seremos cortados por la mitad.
Sucede de la misma forma en los comicios. Las dudas democráticas acerca de quién ganará y por cuánto. El esfuerzo que se pone al límite de la capacidad, sin la plena certeza del triunfo, que puede intuirse, pero nunca asegurarse. Los momentos de la jornada electoral con información difusa, comentarios dispersos y desarticulados, que ora llenan de esperanza, ora insulfan desaliento.
Al fin, hay un triunfo o una derrota. Se llega o no al objetivo planteado, pero en todo caso, hay que dejar el cerebro, la piel, el alma, en búsqueda del logro propuesto, que da sentido a nuestras vidas.
Por: Luis Octavio Vado Grajales