En estos días se resuelve un caso judicial que ha causado revuelo. La permisión del autoconsumo de la mariguana. La Suprema Corte de Justicia de la Nación se pronunciara (si es que no lo ha hecho ya cuando usted lea estas líneas) acerca de si existe un derecho a sembrar, cosechar, transformar y desde luego consumir, dicho estupefaciente.
¿Cómo llegamos a este punto? Y no me refiero al caso como tal, sino a la relevancia social de los asuntos que ahora resuelven los jueces. Porque este es sólo el último (pero no final) eslabón de una cadena que incluye otros asuntos al menos igual de espinosos, como la interrupción del embarazo, el matrimonio entre personas del mismo sexo, o la constitucionalidad de las leyes en materia de telecomunicaciones.
¿Cuándo los jueces constitucionales se volvieron tan importantes? Aventuro una idea, que implica la coincidencia de dos fenómenos en un espacio temporal cercano.
El primer fenómeno consiste en la apertura del sistema político tradicional. Cuando todos los gobernadores, la inmensa mayoría de los legisladores locales y federales así como de los munícipes, pertenecían todos a un mismo partido, la forma de resolver conflictos entre ellos era política. Así, se recurría a un esquema jerárquico, así como a la administración de las expectativas de seguir avanzando en la carrera política personal, además del equilibrio de los grupos. No era desde luego un modo fácil o sencillo de solución de conflictos, requería gran maestría, conocimiento de las personas, visión de futuro y sentido de la oportunidad.
Pero a partir de 1989, con el aumento de gobiernos emanados de distintas opciones partidistas, la solución exclusivamente política de los conflictos ya no fue posible. A la vez, con la reforma constitucional de 1994, las acciones de inconstitucionalidad y las controversias constitucionales se presentaron como formas de resolver justamente esos enfrentamientos, de una manera apegada a derecho, sin el enfrentamiento directo, y como una vía posible cuando el acuerdo político no fuera posible. No se sustituyó la política como arte de la negociación, se complementó el modelo con mecanismos de fuga cuando el acuerdo no fuera posible. Una forma de administrar la creciente complejidad del sistema político.
Así, hoy día no es extraño que las autoridades se reclamen unas a otras la inconstitucionalidad de sus actos, a fuerza de demandas ante la Corte. Y esto ya no implica hoy gran alteración del trato diario entre gobernantes, se acepta como parte del juego político.
El segundo fenómeno es doctrinal. El surgimiento y la llegada a México de nuevas corrientes del derecho, que cuestionaron el saber constitucional tradicional, anclado firmemente en la explicación histórica y el sostenimiento de cierta singularidad como pueblo. Las nuevas corrientes planteaban, entre otros temas (algunos contradictorios entre sí, y por eso hablo de “corrientes” en plural) que el derecho no sólo se compone de normas, sino que contiene también principios y directrices, que no se aplican a rajatabla, sino de forma gradual y caso por caso. También, se reivindicaron los derechos fundamentales, se amplió su catálogo y se propugnaron nuevas formas de interpretación para los mismos, partiendo de la idea básica de su más amplio ejercicio y progresivo aumento.
Esta idea cambió la forma de pensar el derecho en México y de interpretar todo el entramado jurídico, reposicionó a la Constitución y los tratados internacionales. Obliga a ejercicios de argumentación judicial muy complejos, de los que justamente el proyecto de resolución del asunto que mencioné en el primer párrafo es una excelente prueba.
Así, la Corte se volvió relevante. Su intervención ha sido reclamada para asuntos que ya no sólo impactan entre las partes, sino que tienen efecto en políticas públicas, impactan entonces en la vida de millones de personas. Prueba de ello es cómo cada vez más sus determinaciones son seguidas en los medios y analizadas desde muy diversos puntos de vista.
La Suprema Corte, ahora, en la mayoría de los casos, nos habla a todos los mexicanos. Estemos atentos a lo que dice.
Por: Luis Octavio Vado Grajales