Logo Al Dialogo
Logo Al Dialogo

Escuché el otro día que un acompañante le preguntaba a otro, un poco en son de broma: “¿Tienes celulitis?”. Para mi sorpresa, no se refería a la acumulación adiposa en determinadas partes del cuerpo, sino al hecho de que su interlocutor parecía ignorarlo por estar ‘pegado’ a su celular. En el ejemplo anterior, el ofendido … Leer más

9 de noviembre 2015

Escuché el otro día que un acompañante le preguntaba a otro, un poco en son de broma: “¿Tienes celulitis?”. Para mi sorpresa, no se refería a la acumulación adiposa en determinadas partes del cuerpo, sino al hecho de que su interlocutor parecía ignorarlo por estar ‘pegado’ a su celular.

En el ejemplo anterior, el ofendido le dio un giro humorístico a una aflicción que, en un nivel más profundo, hace patente un problema realmente serio: el gradual deterioro de la tradición de sentarse a platicar, por la creciente intrusión de las nuevas tecnologías en nuestras actividades cotidianas, llámese celulares, ‘tablets’ o ‘laptops’.

Estoy seguro de que todos hemos vivido situaciones como la referida, en la que quienes nos acompañan solo lo hacen de cuerpo presente por estar más interesados por ‘whatsappear’ que por hacernos caso.

Los efectos nocivos de los artefactos de comunicación que nos inundan no son nuevos, ciertamente. Recuerdo que hace algunos años me platicaron de un padre de familia quien, antes de que se pusieran en boga los celulares, era incapaz de despegar la vista del aparato de televisión para sostener una conversación con su hija, a la que no había visto en todo el día.

Antes de la televisión, la misma circunstancia se daba con el periódico, cuando los padres o abuelos parecían estar más interesados en leer el diario matutino que en entablar una sana conversación con su progenie a la hora del desayuno.

En el fondo, la culpa no es de la tecnología, sino de la poca valoración que le damos a quienes conviven a diario con nosotros. Sin embargo, siguiendo la lógica de ‘la ocasión hace al ladrón’, podríamos aventurar que la ocasión también hace al ‘whatsappeador’ irredento. En otras palabras, si tengo ante mí un recurso del que puedo echar mano, ¿por qué no aprovecharlo?

¿Qué tan lejos ha llegado nuestra dependencia de los ‘gadgets’? Más allá de lo que hubiera pensado. De acuerdo con una encuesta reciente, realizada por CommonSense Media, una organización ciudadana que estudia la influencia de los medios cibernéticos en niños y jóvenes, en la actualidad los adolescentes le dedican más horas a las redes sociales, los videojuegos y otras maneras de estar ‘conectados’ que a sus horas de sueño.

De acuerdo con dicha investigación, los jóvenes de entre 13 y 18 años de edad emplean un promedio de nueve horas diarias a actividades como ‘textear’, checar su ‘facebook’ o ver televisión, rebasando así el tiempo que dedican a dormir.

Jefferson Bethke, un colaborador invitado del Washington Post, apunta hacia la inevitable paradoja de los tiempos actuales: la conexión con nuestros aparatos móviles acaba por desconectarnos de quienes se encuentran a nuestro lado. La Dra. Sherry Turkle, una profesora de la Universidad de Harvard, condensa esta misma idea en una sola frase: ‘juntos, pero solos’ (‘alonetogether’).

“Cuando viajaba en el ferrocarril subterráneo el otro día – nos comparte el articulista referido – levanté la vista de mi celular y caí en la cuenta de que prácticamente todos se dedicaban a ver los suyos. Y los que no, con la mirada perdida escuchaban música en sus audífonos. El caso es que no se oía una sola conversación, a pesar de que éramos varias docenas en el vagón”.

A mí me sucedió algo parecido el otro día, dentro del salón de clase. Mientras esperaba a que acabaran de llegar mis alumnos para iniciar la sesión, me puse a observar a los 15 jóvenes que ya estaban ahí: ¡todos menos uno se encontraban ensimismados con sus celulares, en medio del más sepulcral silencio! Asombrado, volteé con admiración a la única alumna sin el celular en mano. Para mi desencanto, en ese momento lo tomó, para así unirse a la legión de zombis vivientes que la acompañaban. Irónicamente, todos ellos estudian comunicación.

Yo también soy comunicólogo y, como lo he expresado antes en este espacio, no pretendo ser el Torquemada de las redes sociales ni de la conexión en línea. Simplemente soy un ser humano al que le aterroriza la idea de que seamos perfectamente capaces de ‘textear’ con impunidad con aquellos que no están ahí, para segregarnos inmisericordemente de quienes sí lo están.

Para Robinson Crusoe, condenado a la maldición de ser el único náufrago en una isla solitaria, la soledad era su única alternativa. Inexplicablemente, nosotros vamos en camino de convertirnos en los Robinson Crusoes del siglo XXI… por elección propia. ¿Estoy equivocado, lector/lectora, al pensar que es ésta la mejor receta para la locura?

(*) Doctor en Comunicación por la Universidad de Ohio y Máster en Periodismo por la Universidad de Iowa. 

Logo Al Dialogo
CREAMOS Y DISTRIBUIMOS
CONTENIDO DE VALOR
DOMICILIO
Avenida Constituyentes 109, int.11, colonia Carretas.
C.P.76050. Santiago de Querétaro, Querétaro.
AD Comunicaciones S de RL de CV
REDES SOCIALES
Logo Al Dialogo
© 2024 AD Comunicaciones / Todos los derechos reservados