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Narraba la semana pasada en este espacio la fantástica historia de Salvador Alvarenga, un pescador salvadoreño cuya embarcación quedó a la deriva hace exactamente tres años (noviembre de 2012) por los embates de una poderosa tormenta en aguas del Pacífico mexicano. Catorce meses después, tras múltiples peripecias y un zigzagueante recorrido de 10 mil 700 kilómetros, … Leer más

30 de noviembre 2015

Narraba la semana pasada en este espacio la fantástica historia de Salvador Alvarenga, un pescador salvadoreño cuya embarcación quedó a la deriva hace exactamente tres años (noviembre de 2012) por los embates de una poderosa tormenta en aguas del Pacífico mexicano. Catorce meses después, tras múltiples peripecias y un zigzagueante recorrido de 10 mil 700 kilómetros, el náufrago tocó tierra en las Islas Marshall, uno de los rincones más alejados del planeta.

El hombre de mar logró sobrevivir gracias a su destreza para atrapar peces con las manos y captar la escasa agua de lluvia, pero sobretodo, gracias a su infatigable fuerza de voluntad para no dejarse vencer ante el monumental reto que la vida le había puesto enfrente.

La histórica hazaña del centroamericano viene a cuento porque Jonathan Franklin, un periodista inglés, recién publicó “438 Días, una Historia Extraordinaria y Verídica de Supervivencia en el Mar”, una obra que es resultado de sus numerosas conversaciones con Alvarenga sobre lo acontecido.

Esta epopeya de la era moderna es el mejor ejemplo de resiliencia, como se designa a la capacidad de ser humano para salir victorioso de las batallas que ha de librar durante su existencia. Aldo Melillo, un estudioso del fenómeno, la define como la actitud y aptitud que nos impulsa “hacer frente a las adversidades de la vida, superar y ser transformado positivamente por ellas”.

Quizá el más conocido caso de resiliencia sea el de Víctor Frankl, el legendario sobreviviente del holocausto judío, quien da testimonio de su paso por Auschwitz y Dachau en su libro “El hombre en busca de significado”, que el lector/a seguramente ya leyó o conoce.

Y quién no recuerda “La vida es bella”, la conmovedora película dirigida y protagonizada por el Roberto Benigni, quien interpreta a un judío que echa mano de su amplia imaginación para hacerle creer a su pequeño hijo que la pesadilla que ambos viven en un campo de concentración nazi es, en realidad, un juego susceptible de poder ganar. Cabe mencionar que la narración del cineasta italiano se encuentra inspirada en su padre, quien salió por propio pie del campo de concentración de Bergen-Belsen.

Edith Henderson Grotberg, otra estudiosa del tema, explica en su libro “Las claves de la Resiliencia” que ésta es el resultado de la combinación de tres factores principales, a los que ella llama “yo tengo”, “yo soy y “yo puedo”.

YO TENGO. Esta primera condición se refiere a las fuentes de apoyo externo que pueda poseer un individuo: ¿siento que mis familiares y amigos me aman y apoyan incondicionalmente?, ¿me alientan a ser independiente?, ¿son para mí buenos modelos a imitar? En el caso del náufrago salvadoreño, una de las razones que le impidieron dejarse morir fueron los sólidos valores que aprendió de su devota madre, quien le enseñó que aquellos que se quitan la vida nunca llegarán al cielo.

YO SOY. La segunda condición de resiliencia es la fortaleza interior de la persona. ¿Me considero alguien seguro de sí mismo, optimista y confiado?, ¿me hago responsable de mis propias acciones?, ¿logro aquello que me propongo y hago planes para el futuro? Cuenta, por ejemplo, Alvarenga: “[Cada mañana] me imaginaba que iba recorriendo el mundo; lograba así convencerme de que algo estaba haciendo, en vez de quedarme sentado, pensando que me iba a morir”.

YO PUEDO. El tercer factor de resiliencia se refiere a nuestra capacidad para concretar las cosas y resolver los conflictos: ¿termino las cosas que empiezo?, ¿se me ocurren nuevas ideas y maneras para superar los obstáculos?, ¿me siento en control de mis sentimientos e impulsos?

Por ejemplo, gracias a su ingenio el pescador salvadoreño ideó un sistema para recolectar el agua de lluvia, que luego almacenaba; su fuerza de voluntad se hacía cargo del resto, pues la iba racionandoen pequeños sorbos a lo largo del día.

Y, por increíble que parezca, otro de los rasgos clave de la resiliencia es el sentido del humor. A manera de ilustración, Víctor Frankl y uno de sus compañerosde encierro se propusieron idear cada día una historia sobre alguna cosachistosa que podría pasar al día siguiente de que fueran liberados.

En mi propia experiencia como investigador social, he tenido la oportunidad de convivir con mineros en los Estados Unidos e integrantes de diversas corporaciones policiacas en México. Para mi sorpresa, unos y otros poseen un sentido del humor altamente desarrollado. Esto, que podría parecer un contrasentido, tiene una poderosa razón de ser: la risa hace las veces de un mecanismo para olvidarse de los graves peligros inherentes a sus ocupaciones.

(*) Doctor en Comunicación por la Universidad de Ohio y Máster en Periodismo por la Universidad de Iowa.

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