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Y el gozo se fue al pozo. Después de esa espléndida jugada, en la que Fierro arrebata con astucia el balón a un contrario, justo al lado del manchón de tiro de esquina, pasa en cortito a Andrade, quien centra para que el ‘Tito’ Villa remate con la cabeza, con colocación perfecta al poste contrario, y … Leer más

10 de enero 2016

el gozo se fue al pozo.

Después de esa espléndida jugada, en la que Fierro arrebata con astucia el balón a un contrario, justo al lado del manchón de tiro de esquina, pasa en cortito a Andrade, quien centra para que el ‘Tito’ Villa remate con la cabeza, con colocación perfecta al poste contrario, y marque el primer gol del partido. Los Gallos acabaron perdiendo con el Atlas 3 a 1.

Todo, seguramente, por el talón de Aquiles del equipo comandado por Vucetich: una defensa endeble y necesitada a gritos de un líder.

Pero no se preocupe, estimado lector; no le voy a hablar de futbol. No es mi especialidad y acabaría por recetar una serie de sandeces que, seguramente, harían enfurecer a los entendidos. Lo que le quiero platicar son dos puntos colaterales, acaso nimios, a ese espectáculo que con los míticos Gallos Blancos se presentan a cada partido en el Corregidora, el legendario estadio que un día se empeñara en levantar, con tesón manifiesto, don Rafael Camacho Guzmán.

Uno tiene que ver con el aspecto humano y familiar de ese espectáculo, pues resulta gratificante ver en las gradas del también llamado ‘coloso del Cimatario’ a familias enteras dispuestas a disfrutar de un partido de futbol. Yo mismo lo hice la noche del viernes en compañía de mis hijos varones, asumiendo una experiencia que seguramente quedará prendada en los entretelares del alma, cuando los recuerdos sean parte fundamental de la vida.

Niños con sus padres, personas mayores, muchos jóvenes, atestan las tribunas y se dejan envolver por los cantos inacabables de La Resistencia, la admirable y persistente porra del equipo de casa.

El otro es el caos de las afueras del estadio, antes y después de cada partido.

En el reino de los ‘viene, viene’, la tierra es protagonista, y el transeúnte compite de tú a tú con el automóvil por hacerse de un mínimo espacio, con la inevitable compañía del comercio ambulante. Ahí donde el desorden parece imperar, donde los terrenos colindantes al edificio deportivo se vuelven improvisados estacionamientos, donde los coches y la gente de a pie entra y sale por idénticos accesos, sorteándose unos a los otros por igual.

Me parece que los partidos de futbol en el Corregidora muestran muy bien la etapa en pañales que sobre organización tenemos, pese a que se trata de un inmueble con ya tres décadas de existencia y de un equipo que ha deambulado por la primera división del balompié nacional desde hace varios años. Ni el paso del tiempo, ni la evidencia que se presenta cada quince días, parece haber servido de mucho en cuanto a organización exterior se refiere.

Y el caos, mucho me temo, pinta para ponerse peor.

¿Qué va a pasar, me pregunto, cuando todos esos terrenos de Centro Sur, que hoy sirven de estacionamientos entierrados y accesos peatonales, sean finalmente fincados y nuevas construcciones se levanten en lo que hoy son solares abruptos?

Alguien debería pensar en ello, me digo, mientras vuelve a mi memoria el cabezazo del Tito al poste contrario del rival, en ese que fue, sin lugar a dudas, el mejor gol del partido. Aunque después el gozo se haya ido al pozo.

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