“La política es un oficio curioso que consiste en llegar al poder, y una vez que se conquistó el poder, hay que saber gobernar”.
Hay en la sociedad mexicana, un sentimiento generalizado de insatisfacción, hastío y desazón por la política. Es admisible, aunque no justificable, que el desinterés mostrado por ésta en relación a los asuntos públicos, se encuentre estrechamente vinculado al quehacer de sus gobernantes.
En la actualidad, al ciudadano le resulta ajena la tarea política y sus procesos, porque no está convencido de que, a través de ella, pueda modificar y mejorar su entorno. En tanto, los políticos, que tienen como imperativo categórico trabajar por el interés general, en ocasiones desvirtúan la política al anteponer los intereses propios o de grupo, al bienestar de la colectividad.
Así, podría decirse que hay políticos ausentes del ámbito público, que se dedican exclusivamente a administrar, detentar y conservar el poder, y que olvidan el fin último de todo servidor público, que es buscar soluciones colectivas a los problemas sociales; es decir, la construcción del bien común. Es aquí donde la política se vicia y se distorsiona, pierde su sentido y esencia. La ciudadanía se pregunta entonces, ¿para qué sirve la política?
La política sirve para que los grupos de poder discutan, medien, acuerden y construyan la forma en la que quieren gobernar. La base de esta política es la interacción entre todos los actores, a través de canales compartidos. En ese sentido, los políticos deben construirlos para que se escuchen diversas voces y, con base en ellas, se construyan mejores realidades.
Sin embargo, pareciera que hay una clase política que se encuentra cómoda haciendo políticas y leyes sin escuchar al ciudadano; y, por otro, una ciudadanía inconforme, con voz tímida que inhabilita su participación activa, para convertirse en espectador. ¡Esto es lamentable! insisto, no debe olvidarse que la participación ciudadana debe ser una característica inherente a toda sociedad, con un espíritu de responsabilidad para definir necesidades y promover acciones para el bienestar de la polis, la ciudad.
El poder debe servir para encauzar esfuerzos y, promover ideas y acciones que beneficien a la colectividad; quien ostenta el poder, debe cumplir con este mandato, y una verdadera ciudadanía, vigilar, exigir, demandar a quien gobierna, el estado de justicia social, desarrollo económico y cambios que anhela para alcanzar el bien común. En ese sentido, la aspiración legítima por obtener una posición de poder, debe estar siempre supeditada a la construcción de una sociedad justa y a encausarla al interés ciudadano.
La ciudadanía es un status que si bien otorga derechos, se construye en el ejercicio y cumplimiento cabal de responsabilidades. Este ejercicio no se agota en el derecho al sufragio, sino que significa también cumplir con las leyes, participar activamente en los asuntos públicos, comprometerse con una causa y actuar en consecuencia. Es decir, vigilar
a sus gobernantes o representantes y demandar cumplimiento cabal de sus responsabilidades.
¿Cuántos queretanos conocen a sus diputados, federal o local, y al senador de su estado? ¿Cuántos conocen las tareas y funciones que cumplen (o deben cumplir) en su representación? ¿Cuántos les han exigido una rendición de cuentas sobre su trabajo legislativo? ¿Cuántos ciudadanos invierten tiempo en un Ministerio Público para hacer una denuncia?
Nuestro reto como país es construir una ciudadanía participativa, exigente, informada, activa en la construcción de un México libre y justo, que deje atrás los fantasmas de la simulación y el tercermundismo. Los mexicanos debemos plantearnos cómo participar en la vida pública, en la familia, en la escuela, en la empresa, en fin, en todos los espacios comunitarios que es donde se construye la nación, y entonces, la política cobrará sentido.
Por: Patricia Espinosa Torres, Política, conferenciante y humanista comprometida con la construcción de una sociedad más justa y equitativa.
fb Patricia Espinosa Torres