Me dejó estupefacto saber, en una conversación reciente, de personas que en este mismísimo Querétaro se refieren a morenos y morenas – verbigracia un servidor – como personas de ‘color humilde’. Y, la verdad, no supe cómo reaccionar: ¿morirme de la risa ante tan absurda y desafortunada expresión?, ¿indignarme ante la insultante mezcla de racismo … Leer más
Me dejó estupefacto saber, en una conversación reciente, de personas que en este mismísimo Querétaro se refieren a morenos y morenas – verbigracia un servidor – como personas de ‘color humilde’.
Y, la verdad, no supe cómo reaccionar: ¿morirme de la risa ante tan absurda y desafortunada expresión?, ¿indignarme ante la insultante mezcla de racismo y clasismo contenido en el término?, ¿la curiosidad malsana de saber si los susodichos pertenecen a la realeza y llevan la nívea tonalidad del ‘color aristócrata’?
Mi siguiente reacción fue remontarme a los tiempos de la Nueva España, con su perversa segregación de las 16 castas, que incluían categorías tan extrañas como los ‘salta pa’tras’ y los ‘cambujos’, y que iban desde aquellos con abundante sangre española hasta quienes tenían la ‘mala fortuna’ de haber nacido indígenas y/o negros.
Por cierto, México es territorio de ‘color humilde’, pues de acuerdo con cifras del INEGI, aproximadamente 7 de cada 10 mexicanos somos mestizos; 2 de cada 10, blancos; 11 por ciento, indígenas, y un 1 por ciento, de otros orígenes.
Hablando de discriminación, ¿qué decir del siniestro sistema de castas de la India, en el que los ‘especímenes’ más ‘puros’ eran los rubicundos arios, de procedencia europea, y a los de tonos considerablemente ‘oscuros’ apenas se les concedía el estatus de ‘subhumanos’ y los llamados ‘invisibles’ únicamente podían salir a las calles por las noches? Aún en tiempos actuales, a los ‘dálits’ (también conocidos como intocables o parias), se les prohíbe beber agua en los mismos lugares que a los que pertenecen a otras castas, entre otras linduras.
Relacionado con el tema, en el número más reciente de la revista Algarabía tuve el placer de leer un fascinante ensayo de Marvin Harris, extraordinario antropólogo que consagró su vida a estudiar las similitudes y diferencias en las culturas contemporáneas.
En el texto, intitulado ‘¿Existen las razas?’, Harris manifiesta serias dudas sobre la manera en la que clasificamos a los grupos humanos (blancos, negros, etc.). Basado en el argumento de que existen múltiples combinaciones de individuos diferentes dentro de una misma raza, cuestiona la extendida costumbre de ‘crear extrañas categorías biológicas’ que llevan a lo que él llama ‘encasillamiento racial’.
Menciona que en África, como sería de esperarse, viven millones de personas de pelo ensortijado. Sin embargo, lejos de este estereotipo, muchos de estos individuos se caracterizan por sus labios delgados y su nariz angosta.
Se refiere también a los ainos, originarios del norte de Japón, considerados como ‘el pueblo más velludo del mundo’ y nos recuerda que en Australia es común “tener tez variable entre el pálido y el moreno oscuro y pelo ondulado de color rubio o castaño”.
En su libro ‘Antropología cultural’, Harris sugiere que el sistema de castas no difiere sustancialmente de la manera en que en las sociedades actuales se segrega a los individuos: “El sistema de castas de la India es, en lo fundamental, similar al de otros países que tienen clases cerradas y numerosas minorías étnicas y raciales…como los negros en Estados Unidos o los católicos en Irlanda del Norte”.
Yendo más lejos, el antropólogo estadounidense plantea que detrás de las castas modernas hay una intención orquestada de los grupos en el poder para justificar su explotación económica de aquellos que son más vulnerables, sean estos campesinos o quienes habitan los cinturones de miseria de las grandes urbes.
En defensa de los marginados, afirma: “Muchos de los valores en la cultura de la pobreza, como la desconfianza hacia las autoridades, el consumismo y la imprevisión, también se encuentran en clases más opulentas.”
Los lectores de ‘más kilometraje’ seguramente recordarán a Viva la Gente, un grupo musical de los años ochenta conformado por jóvenes de diversos países. Oscar ‘Magú’ Guerrero, uno de mis alumnos de entonces en el Tecnológico de Monterrey, fue uno de los pocos queretanos, si no es que el único, que formó parte de este proyecto artístico sin par. Su canción emblema decía así:
“Gente de las ciudades y también del interior / la vi como un ejército cada vez mayor / entonces me di cuenta de una gran realidad / las cosas son importantes pero la gente lo es más / viva la gente la hay donde quiera que vas / viva la gente, es lo que nos gusta más / con más gente a favor de gente / en cada pueblo y nación / habría menos gente difícil y más gente con corazón”.
Muchos se mofaron en su momento del inmoderado optimismo de la letra. Lo cierto es que, varias décadas después, nos convendría intentar separar menos a las mayorías de ‘color humilde’ de las minorías ‘color pálido’, trátese de Querétaro, México o el resto del mundo.
(*) Doctor en Comunicación por la Universidad de Ohio y Máster en Periodismo por la Universidad de Iowa.