Y no es solo la calidad de la fotografía la que nos captura. Las largas secuencias con un mínimo de cortes, que son el sello distintivo de González Iñárritu, contribuyen activamente a la abrumadora sensación de sentirnos empequeñecidos ante el embate de las feroces tormentas invernales, la vertiginosidad de las aguas de los rápidos y la resiliencia del mundo animal, simbolizada por una celosa madre que, al proteger a sus oseznos, poco menos que despedaza al atribulado buscador de pieles.