Las fábulas, esas narraciones fantásticas que conllevan valiosas enseñanzas, han fascinado a las generaciones. Las historias zen son el equivalente de la fábula en el lejano oriente. La diferencia es que éstas últimas son en ocasiones humorísticas y no llevan moraleja, pues corresponde al lector intuir lo que se dice entre líneas.
Fanático que soy de las historias zen, me dediqué a releer mis favoritas, las cuales te narro hoy, lector/lectora. No obstante, les he dado un giro radicalmente diferente. En mi propia versión, pongo como protagonistas a personajes del arte y la historia de México, así como de otras partes del mundo.
Vaya pues una nota de caución: las anécdotas del padre Miguel Hidalgo, la escritora Rosario Castellanos y el poeta Carlos Pellicer, que estás a punto de leer, son enteramente ficticias. Sin embargo, para darles un toque de realismo, nombro en ellas lugares y acontecimientos de la vida real.
Y en las siguientes dos entregas te contaré más historias zen, protagonizadas por Nezahualcóyotl, Sor Juana Inés de la Cruz, el general Porfirio Díaz, San Francisco de Asís y el santo padre Karol Wojtyla, a quienes respetuosamente me he permitido mandar a viajar al mundo de la fantasía. Empecemos:
Las travesuras del padre Hidalgo
El padre Miguel Hidalgo solía contar esta historia cuando departía con los miembros de su parroquia en Cocomacán, como se daba en llamar entonces al poblado guanajuatense que ahora lleva su nombre:
“En el seminario, nuestro preceptor acostumbraba tomar una siesta todas las tardes. Nosotros le preguntábamos el por qué de su hábito, e invariablemente se justificaba diciendo: ‘Viajo a la tierra de los sueños para encontrarme con los mismos arcángeles del cielo’.”
“Una tarde sumamente calurosa en el Bajío, algunos de los seminaristas tomamos una siesta. El preceptor nos descubrió y nos regañó airadamente. Al no saber qué excusa podríamos darle, se me ocurrió inventarle: ‘¡Es que viajamos a la tierra de los sueños para encontrarnos con los arcángeles del cielo, padre!’ Y el mentor nos cuestionó: ‘¡Ajá!, ¿y me podrían decir qué le dijeron, jovencitos imberbes, a los bienaventurados arcángeles?’”
Contaba luego el Padre de la Independencia, divertido:
“Nosotros le contestamos: ‘Les dijimos que solamente tratábamos de seguir el noble ejemplo que usted nos había puesto, padre’. Y el educador, con curiosidad nos interpeló: ‘¿Y qué dijeron los maestros celestiales de mí?’”
Soltando una carcajada, don Miguel relataba que él, socarronamente, le había contestado:
“¡Que nunca lo habían visto a usted por allí, muy querido maestro!”
El encuentro de Rosario Castellanos con Carlos Pellicer
Paseando por el oriente del estado de Tabasco, la escritora Rosario Castellanos llegó un día a orillas del caudaloso Grijalva. Viendo con desánimo el enorme obstáculo que se imponía en su camino, pasó varias horas pensando en cómo poder cruzarlo.
Cuando estaba a punto de darse por vencida, con alegría advirtió que al otro lado del río llegaba, montado a caballo, don Carlos Pellicer, su ilustre paisano tabasqueño. Ilusionada, la inigualable mujer de letras le gritó al anciano bardo: “¡Maestro, me da tanto gusto encontrarme con usted!, ¿sería tan amable decirme cómo puedo llegar al otro lado del río?”
Y el inmortal autor de ‘Piedra de sacrificios’, extrañado por la pregunta le respondió: “Hija mía, ¡pero si ya estás del otro lado!”.
Los monjes cartujos hacen de las suyas
En un monasterio cartujo de Clermont, Francia, se mantenía un estricto voto de silencio. Había, sin embargo, una excepción a la regla: cada 10 años a los frailes se les permitía hablar solamente dos palabras.
Al cumplir sus primeros 10 años en el claustro, un monje se dirigió al abad Guillaume, quien le dijo: “Ya pasaron 10 años, ¿cuáles son las dos palabras que deseas pronunciar?” El religioso contestó: “Cama…dura” y el superior comentó: “Ya veo”.
Diez años después, el monje regresó con el superior, quien admitió: “Ya pasaron otros 10 años, ¿cuáles son tus dos palabras?”, a lo que el fraile respondió: “Comida…espantosa”, a lo que el superior manifestó: “Ya veo”.
Pasaron 10 años más y el abad Guillaume lo invitó a decir sus dos palabras, que fueron “Me…voy”. Ante esta revelación, el importunado rector expresó: “Pues la verdad no me extraña, ¡todo lo que has hecho desde que llegaste es quejarte!”
Continuará la próxima semana.
(*) Doctor en Comunicación por la Universidad de Ohio y Máster en Periodismo por la Universidad de Iowa