En Estados Unidos el hastío, que en ocasiones se transforma en desesperación, abarca desde la rabia de jóvenes negros que no aceptan ya los excesos, con frecuencia mortales, de policías blancos, hasta la de “anglos” blancos y cincuentones, indignados por el discurso –y la práctica- “anti-cop” de los manifestantes. Se extiende, por supuesto, a quienes se han visto obligados a canjear un buen empleo en una fábrica de automóviles por otro de mesera en McDonald’s, de latinos hartos de vivir en las sombras y de ser objeto de redadas, deportaciones y racismo, y de “whiteoldmen” que no comprenden porque en las calles, parques, bares y estadios de sus comunidades se habla un idioma extraño.