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¿Qué es la moralidad? A falta de precisión en el lenguaje, tal vez nos veamos obligados a ilustrar la idea de manera indirecta: “No sé cómo explicarlo, pero te puedo decir que una persona inmoral es lujuriosa e indecente”. Ejemplos como el anterior aluden, desde luego, a una particular rama de la moralidad, enfocada a … Leer más

1 de agosto 2016

¿Qué es la moralidad? A falta de precisión en el lenguaje, tal vez nos veamos obligados a ilustrar la idea de manera indirecta: “No sé cómo explicarlo, pero te puedo decir que una persona inmoral es lujuriosa e indecente”.

Ejemplos como el anterior aluden, desde luego, a una particular rama de la moralidad, enfocada a diferenciar aquellas conductas sexuales consideradas aceptables (el coito dentro del matrimonio con el exclusivo fin de procrear) de las percibidas como censurables o abominables (la infidelidad o el matrimonio entre personas del mismo sexo).

Sin embargo, el riesgo de reducir la moralidad a la vigorosa denuncia y persecución de aquellos pensamientos, actitudes o conductas catalogados como pecaminosos, es hacer del moralista un celoso policía de la brigada anti-indecencia. O sea, un “moralino”.

Si en cambio abordamos el tema desde un enfoque más amplio, nos daremos cuenta de que la moralidad simplemente se refiere a inclinarse por aquellos valores o costumbres que estimamos que son buenos. Por ejemplo, mostrar caridad hacia los necesitados.

Michael Schulman, quien forma parte de un centro para niños que requieren de educación especial, ha estudiado a profundidad el tema. Este psicólogo estima que para que una acción pueda ser considerada moral, debe llevar la intención de producir resultados buenos y afables.

¿De dónde surge la moralidad? Schulman identifica tres fuentes principales: la empatía, la identificación con modelos morales y el compromiso con los principios personales. Veamos de qué manera explica a cada una.

EMPATÍA

Como sabemos, la empatía es la capacidad de los seres humanos para imaginar –e incluso sentir – la alegría y tristeza de otras personas. En sus investigaciones, los psicólogos han encontrado que desde los 18 meses de edad, un infante es capaz de mostrar empatía. Es decir, si el pequeño se da cuenta de que su mamá o un hermano se encuentran tristes, mostrará preocupación y quizás procurará, a su manera, intentar consolarlos (por ejemplo, ofrecerles uno de sus juguetes). Es decir, albergará en él o ella el deseo de hacer el bien a uno de sus semejantes.

Es por ello que Schulman relaciona la empatía con el altruismo, ya que los seres humanos tendemos a ayudar o proteger aquellos con los que empatizamos. ¿Nos dirigimos a todos de la misma manera? No, reservamos nuestra empatía para aquellos que percibimos que no nos harán daño (los “buenos”) y tratamos de mantener distancia de quienes podrían lastimarnos (los “malos”). Es por esto que, estadísticamente, los individuos de baja empatía son más propensos a enfrascarse en conductas antisociales o criminales.

MODELOS MORALES

Una segunda fuente de empatía es la identificación con quienes percibimos que son extraordinariamente “buenos”, trátese de alguien cercano (una tía o abuela), alguna figura por todos conocida (Mahatma Gandhi, la Madre Teresa) e inclusive un personaje ficticio (Supermán o la Mujer Maravilla).

Desde niños, nos sentimos identificados con aquellos que hacen el bien “sin mirar a quién”, digamos “El Chapulín Colorado”, quien aún en su evidente torpeza se empeñaba en ayudar a sus semejantes. Ya adolescentes, ampliamos el rango de nuestro “radar” de admiración, que puede dirigirse desde San Francisco de Asís hasta algún semejante que haya dejado huella en nosotros.

En mi caso, el Che Guevara falleció pocos años antes de que yo entrara a secundaria. En mi idealismo, se convirtió en una de mis mayores fuentes de admiración. Recuerdo que tenía en mi recámara un cartel con su imagen, que reproducía uno de sus pensamientos, que no he olvidado: “Sé capaz de luchar contra cualquier injusticia contra cualquiera en cualquier lugar del mundo” (aún ahora, me embarga la emoción al teclear estas palabras).

PRINCIPIOS PERSONALES

La tercera fuente de moralidad son las reglas de conducta que vamos aprendiendo a lo largo del camino, independientemente de que estas hayan sido aprobadas o no por nuestros padres, maestros u otras figuras de autoridad. Dichos estándares, que nos imponemos a nosotros mismos, se convierten en guías de acción para contribuir a un mundo mejor.

Schulman hace ver que desde los tres años somos capaces de distinguir las acciones “buenas” de las “malas”. Así, es posible que si un pequeño ve al papá o mamá de un amiguito reprender a este, salga en su defensa. Si bien dicha conducta pudiera obedecer a que sus propios padres le enseñaron que esto “no se hace”, existe adicionalmente un impulso heredado para actuar de esa manera.

Referenciasbibliográficas: Schulman, M. (2002). “How we become moral”. En C. R. Snyder y S. J. Lopez, Handbook of positive psychology”. Nueva York: Oxford UniversityPress.

(*) Doctor en Comunicación por la Universidad de Ohio y Máster en Periodismo por la Universidad de Iowa

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