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De todas las ruindades y miserias de las que el ser humano es capaz, la guerra es, sin duda, la peor de todas. Solamente en la Segunda Guerra Mundial murieron alrededor de 60 millones de seres humanos y la Primera Guerra Mundial no se queda atrás, con 37 millones de víctimas, 17 de los cuales … Leer más

15 de agosto 2016

De todas las ruindades y miserias de las que el ser humano es capaz, la guerra es, sin duda, la peor de todas. Solamente en la Segunda Guerra Mundial murieron alrededor de 60 millones de seres humanos y la Primera Guerra Mundial no se queda atrás, con 37 millones de víctimas, 17 de los cuales fueron fatales.

Si bien las conflagraciones bélicas actuales no resultan, ni de cerca, tan mortíferas como las mencionadas, seguimos por desgracia padeciendo del flagelo que estas representan. La Organización de las Naciones Unidas informa, por ejemplo, que hasta abril de este año habían fallecido 400,000 personas como resultado de la guerra civil en Siria.

Y, como bien sabemos, los mexicanos hemos padecido de una violencia sin paralelo en los dos últimos sexenios. De acuerdo con cifras del Sistema Nacional de Seguridad Pública, en los primeros seis meses del año se cometieron 10 mil 300 asesinatos, lo que arroja un promedio de 57 homicidios diarios. Y, según números del Inegi, el 2015 arrojó una cifra igualmente escalofriante: 20 mil 525 homicidios.

Por su parte, el semanario ZETA documentó 57 mil 410 homicidios dolosos en los primeros 32 meses del sexenio, a pesar de que el gobierno solo reconoció 48 mil en el mismo período.

Queda claro que las guerras, ya sean mundiales, civiles o no declaradas (como la que podría argumentarse que vivimos en nuestro país), oscurecen los indudables avances que ha tenido la humanidad en otros terrenos, como el científico o tecnológico.

Dicho lo anterior, estoy cierto de que el lector/lectora se sorprenderá al enterarse que las guerras en el mundo han declinado dramáticamente en los últimos70 años. Tal revelación proviene de un ensayo escrito por los catedráticos estadounidenses Joshua Goldstein y Steven Pinker, difundido en abril pasado. El primero es profesor emérito de relaciones internacionales en la American University, de Washington, D.C., y el segundo, docente de la Universidad de Harvard.

Estos académicos plantean que la tasa de muertes por conflagraciones bélicas se ha reducido en forma notable en las últimas siete décadas, de 22 por cada 100 mil individuos a solo 0.3 Apuntan también que, a pesar de que los ejércitos de todas las naciones suman, en conjunto, 20 millones de soldados, no se ha declarado una contienda formal de guerra desde la Invasión de Estados Unidos a Iraq, en 2003.

Si bien Goldstein y Pinker no menosprecian en ningún momento la actual cruenta guerra en Siria, ni conflictos internacionales como la disputa entre Rusia y Ucrania por el territorio de Crimea, hacen también saber que las zonas geográficas de guerra se han contraído paulatinamente. “Prácticamente todas las guerras del presente se encuentran confinadas a un arco que se extiende de Nigeria a Paquistán, un territorio en el que habita menos de la sexta parte de la población mundial”, señalan.

A este inesperado optimismo se suma Angus Harvey, un economista político, quien estima que las víctimas mortales de guerra resultaron cuatro o cinco veces mayores en los años setenta y ochenta del siglo pasado, comparadas con las de la actualidad. A lo cual agrega que vivimos ahora la época más pacífica de la especie humana, por difícil que resulte de creer.

Sería, desde luego, absurdo hacer menos las numerosas bajas que los terroristas islámicos han provocado este año entre la población civil del preocupante desplazamiento de refugiados, que ha llegado a niveles insospechados. Se estima, por ejemplo, que solo en Siria se han visto desplazadas 11 millones de personas a causa de la guerra, lo cual equivale a uno de cada dos ciudadanos en ese país.

No es mi intención rendir aquí las cuentas alegres, cuando es evidente que los seres humanos difícilmente somos mejores hoy que antes. El mencionado dolor de cabeza que representa el Estado Islámico, palidece ante problemáticas de magnitudes infinitamente mayores, como el racismo, la intolerancia, la codicia, la pobreza, la inequidad social y la rampante devastación de selvas y mares. Y, como ya evidencié, la pléyade de homicidios dolosos y desaparecidos en nuestro país, en ningún momento deben ser soslayados.

Sin embargo, es mi convicción que el reporte sobre la disminución de las guerras convencionales tampoco debe ser ignorado, aunque sea por la efímera satisfacción de encontrarse con un pequeño haz de luz en medio de la oscuridad profunda que nos rodea.

Referencias bibliográficas: Goldstein, J. S., Pinker, S. “The decline of war and violence”. Boston Globe, abril 15, 2016.Hervey, A. (agosto, 2016), “The decline of war”, consultado en: https://medium.com

(*) Doctor en Comunicación por la Universidad de Ohio y Máster en Periodismo por la Universidad de Iowa

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