Por lo expuesto, vemos que durante su existencia no permaneció como muchos, entregado al egoísmo y al bienestar personal; el doctor Olloqui hizo derroche de sus servicios humanitarios precisamente cuando las circunstancias apremiantes exigían esos servicios, prestados con desinterés, con benevolencia, con abnegación; el pobre soltado que cae bajo el choque de la metralla, en su dolor, al perder la vida, en su miseria, en su abandono casi siempre, vuelve sus velados ojos hacia el médico que le restaña la sangre de su herida, escucha las palabras de consuelo, y gusta el agua que apaga la sed de su fiebre.