Esta tradición es bien conocida; sin embargo, ese mismo jueves 15, día de la Virgen de Dolores, me tocó presenciar otra escena que no había visto: subiendo por la calle de Zaragoza y dando vuelta en la esquina de la calle Manuel Acuña, muchas personas iban hincadas avanzando hacia el templo de la Cruz. Esta escena me impactó, ya que entre los peregrinos arrodillados, avanzando con trabajos y seguramente con dolor, hacia el templo de la Cruz, seguramente ofreciendo este esfuerzo y sacrificio a la Virgen de Dolores, había una gran variedad de personas: señoras jóvenes cargando a su hijo, mientras que su otro hijo, un poquito mayor, iba acomodando unos cartones o cobijas para que no fuera tan doloroso el ir avanzando arrodillado sobre el pavimento. Señores cargando una cruz, arrodillados y avanzando con dificultad; jóvenes, adultos mayores, niños; en fin, muchas personas haciendo su peregrinación y sacrificio de subir a rodillas la avenida Zaragoza, con el objetivo de pedir alguna gracia a la Virgen, o quizás de suplicar el perdón por ellos mismos o por algún amigo o familiar que saben que lo necesita, y otros más, para agradecer y mostrar la gratitud a Dios y a su Madre, por algún favor recibido, o simplemente por la vida y los dones que les han concedido.