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Para la literatura latinoamericana de fines de los años cincuenta, Juan Carlos Onetti representó el parte oscuro de los escritores y se opuso a la prosa narrativa con más fuerza en la zona del Río de la Plata: el ‘criollismo’ o ‘regionalismo’; como Roberto Artl, su visión fue de lo viejo, de lo urbano, del … Leer más

27 de septiembre 2016

Para la literatura latinoamericana de fines de los años cincuenta, Juan Carlos Onetti representó el parte oscuro de los escritores y se opuso a la prosa narrativa con más fuerza en la zona del Río de la Plata: el ‘criollismo’ o ‘regionalismo’; como Roberto Artl, su visión fue de lo viejo, de lo urbano, del deterioro y de la negatividad. Resulta curioso que alguna vez fuera, como lo llamó Villoro, vendedor de ilusiones y dejara notas de las hazañas del futbol uruguayo en el libro ‘Cartas a un joven escritor’ -correspondencias con Julio E. Payró- donde escribió: “Frente a mí, el pueblo; encima mío, el orgulloso mástil donde flameara la insignia de la historia, las gloriosas tardes de 4 a 0, 4 a 2 y 3 a 1, la gloria entre aullidos, sombreros, botellas y naranjas”.

Por su parte, en Europa, el Nobel de Literatura, Günter Grass, expresaba su fascinación por el St. Pauli de Hamburgo. Según testimonios, alguna vez en la cancha de Millertorn dio una lectura para recaudar fondos en pro de un equipo famoso por tener aficionados anticapitalistas. “…y en el puerto de Hamburgo, una multitud celebraba el regreso a la primera división alemana del club de fútbol St Pauli, que cuenta con veinte millones de simpatizantes, congregados en torno a las banderas del club: no al racismo, no al sexismo, no a la homofobia, no al nazismo…”.

Otra leyenda: dicen los que dicen saber que ambos escritores caminaron por los pasillos del Corregidora y las calles de Querétaro, antes de que Onetti decidiera vivir en cama para tomar whisky, fumar, leer, escribir y esperar la muerte; y tiempo en que Günter Grass publicara un libro sobre la autodrestrucción del hombre son su genial obra ‘La ratesa’ .

En Montevideo se creó el concepto de ‘hincha’ gracias al infla balones, Prudencio Miguel Reyes. Como dos ‘hinchas’ apasionados de su selección, ambos escritores dejaron apuntes de su gusto por el juego de las patadas. “Qué habría sido de la Alemania post-nazi si se perdía el partido contra Hungría (1954)” escribía Grass.

Para 1986, tanto Uruguay como Alemania (precisar que era la Alemania Occidental, el juego se celebró tres años antes de la caída del muro de Berlín) contaban con dos copas del mundo y las dos selecciones simbolizaban escuelas de futbol antagónico. Los sudamericanos apelaban al juego duro, la picardía, el regate, conjuntaban el engaño y lo caracterizaban como un estilo de futbol simpático y competitivo, una epopeya romántica: la garra charrúa. Mientras que los teutones se regían bajo el mando del orden, la disciplina, el esfuerzo colectivo y la capacidad física. Su ataque frontal y su definición precisa remodeló e hizo cavilar el antiguo estilo europeo.

En el imaginario, Alemania contra Uruguay generaba un clima loable, netamente futbolero y que proyectaba de gran manera la presentación de la Ciudad de Querétaro en una justa mundialista. Era uno de los encuentros más interesantes de la primera ronda, este sería el primer partido en copas del mundo para La Corregidora y para la tierra de Cervantes Vidal. Fue un miércoles 4 de junio. A las afueras del auditorio Josefa Ortiz de Domínguez se congregaban artesanos queretanos, se vendían piedras, ópalos, figuras en piedra, geodas; lo escoceses bebían cerveza en los jardines del Centro Histórico, Juan Rulfo hablaba de Querétaro como una “ciudad bonita, donde no hay smog y donde la gente no es neurótica”.

Según una crónica del periodista Víctor López Jaramillo, el día del juego Coca Cola quiso innovar y meter “repartidores con un tanquecito de refresco en la espalda. Al parecer, el agua no estaba bien purificada, tenía cloro y muchos aficionados se quejaron de eso”. En las gradas 30 mil espectadores listos cuando el uruguayo Antonio Alzamendi recortó al arquero Schumacher y clavó un tiro que entró campaneado: el primer gol del partido y de copas del mundo para la Corregidora al minuto 4.

Uruguay mantuvo su marco en cero casi todo el partido y generó opciones claras de gol, una de ellas de su estrella, Enzo Francescoli, quien erró una anotación completamente solo frente a la portería. Alemania consiguió el empate al minuto 84 de la mano de Klaus Allofs con un disparo de zurda luego de varias jugadas cardiacas que sucedieron en el área uruguaya.

Los bávaros jugaron de local, se ganaron la simpatía de la afición, visitaron el orfanato “El oasis del niño” y apoyaron con combis y abrigos. El partido finalizó 1-1. En Sudamérica ese mundial tuvo un lugar especial en la mente de los aficionados, el escritor argentino Andrés Burgo me contó que recuerda cada imagen de hace 30 años: “Querétaro, claro, ahí está el Estadio Corregidora, donde jugaron Alemania, Escocia, Uruguay, Dinamarca, España. Sé absolutamente de memoria todo lo que ocurrió en ese mundial.

El inaugural en ese estadio fue Alemania- Uruguay, goles de Aloffs y Alzamendi. Incluso conozco más jugadores de la selección mexicana del 86 que la de ahora: Hugo Sánchez, Negrete, Javier Aguirre, Tomás Boy…”. Un empate de historia y de histeria. Querétaro vivió su primer juego de carácter internacional; hoy sólo trepidan las voces y la nostalgia en las gradas donde los ecos rumoran haber visto a Onetti, vendedor de entradas, y Grass -inmerso en la ironía- tocar un tambor de hojalata.

Por: Juan José Rojas

@_jjrojass

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