“Había que tomarlo como lo que era y lo repito ahora: fue un extraordinario triunfo del futbol argentino, nada más que eso. Nuestro triunfo no bajó el precio del pan”, dijo Diego Armando Maradona luego del título obtenido con la selección argentina en México 86. La mesura del 10 trataba de contener la reacción mediática que se vivió en su país después de ganar la Copa del Mundo, pero el resultado de sus declaraciones fue opuesto. Los aficionados convirtieron el nombre y la figura de Maradona en una religión. Para explicar esto, el sociólogo uruguayo, Carlos Maggi, hizo énfasis en que “el ánimo es más importante que la realidad material”; la ilusión casi siempre rebasa los acontecimientos.
La previa de una final de futbol crea escenografías que emocionan a la afición. En su texto ‘Morir esta tarde’, Juan Tallón escribe que nadie debería irse de este mundo sin experimentar la electrizante conmoción de que su equipo gane la Liga. Querétaro jugará una final de Copa MX, pero con sabor a título de grandeza. El aficionado de un equipo con pocos logros deportivos recuerda con lujo de detalle cada hazaña lograda en el pináculo del futbol. Es por eso que nuestra final implica un éxtasis involuntario, pero apasionante.
Recuerdo con particular arraigo dos finales de Gallos, ambas tan antagónicas que aún bifurcan en mi memoria: San Luis e Irapuato. La de San Luis la tuve que seguir con impotencia en el negocio de mi padre. El arbitraje fue el eje central de un partido que, más que futbol, mostró la manera más metódica de un atraco. La segunda, contra Irapuato, la viví desde el estadio de manera muy circunstancial. Eran tiempos académicamente confusos y económicamente difíciles en los que comprar boletos equivalía a morir de hambre durante toda la semana. Como premonición del triunfo, un amigo encontró dos entradas en una cancha de futbol: ninguna señal tiene más razón de ser que encontrar boletos para una final en el círculo central, una recompensa de la pasión.
Me remonto a esos duelos porque, me parece, ejemplifican perfecto lo que significa Gallos en la mente del aficionado: blanco y negro, la gloria y el infierno. La justicia deportiva contra los arreglos del futbol. Quizá, el Querétaro es el equipo más gitano que hay en la liga. A principios de este año, pude conversar con Mauro Gerk, le pregunté que, si clasificáramos a los aficionados en románticos, sufridos, analistas o alegres, en qué categoría entraría Mauro como aficionado. Su respuesta inmediata y sin pensarlo fue ‘sufrido’.
“Si te remontas a la historia de Gallos, es eso: sufrimiento. Nunca nada regalado; siempre nos costó mucho. Si no se sufre en Gallos, no se siente un sabor especial. Es una característica, ojalá que algún día cambie, pero es un sello del equipo. La afición ya quiere pelear arriba y eso es un buen síntoma”, platicaba Mauro una tarde de abril en Buenos Aires.
Tan solo un día antes de aquella charla con el eterno capitán, se cumplía un año del fallecimiento del escritor uruguayo, Eduardo Galeano. El charrúa nunca ocultó su pasión por el balompié; en su texto ‘El hincha’ escribe sobre las maneras del aficionado. “En las gradas de cemento arden, aquí y allá, algunas hogueras de fuego fugaz, mientras se van apagando las luces y las voces. El estadio se queda solo y también el hincha regresa a su soledad; yo que ha sido nosotros: el hincha se aleja, se dispersa, se pierde y el domingo es melancólico como un miércoles de cenizas después de la muerte del carnaval”.
El miércoles, el ‘hincha’ de Gallos vivirá una final más. El hincha sabe que el resultado del partido no determinará el precio de la canasta básica, el valor del dólar, la inflación, el crecimiento del PIB o la suma total de factores que reconstruyen el tejido social; sin embargo, el hincha es consciente de que el impacto de un campeonato recaerá en su memoria de por vida con una súbita prioridad en el goce. Los aficionados recordaremos cada instante del 2 noviembre, el número de cervezas que tomamos, la cantidad de cigarros que fumamos y hasta la última palabra que mencionamos. Que Gallos juegue una final en Día de Muertos no es más que una forma de asumir un triunfo que la vida nos ha negado o quizá, como en el relato de Tallón, sea el pretexto para que en algunos hospitales de la ciudad se reitere la petición “del último deseo”: levantar la copa.
por Juan José Rojas