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Durante esta semana que acaba de concluir, a muchos de nosotros nos llamó la atención lo sucedido en un colegio en la ciudad de Monterrey, donde un chico de secundaria que portaba un arma de fuego disparó contra su maestra y algunos de sus compañeros y luego se pega un tiro con el fin de … Leer más

22 de enero 2017

Durante esta semana que acaba de concluir, a muchos de nosotros nos llamó la atención lo sucedido en un colegio en la ciudad de Monterrey, donde un chico de secundaria que portaba un arma de fuego disparó contra su maestra y algunos de sus compañeros y luego se pega un tiro con el fin de suicidarse. Un hecho que a todas luces llama la atención y nos invita a la reflexión en diversos aspectos.

En lo particular, y desde 15 años, he tratado casi todos los días con jóvenes de preparatoria de un colegio particular en San Juan del Río, situación que ha sido para mí toda una aventura. Aunado a que he tratado con chicos universitarios e incluso con personas casi de mi edad o más grandes que he tenido la fortuna de darles clases en algún momento. Yo no estudié para ser maestro; sin embargo, acepté en su momento el reto para impartir los conocimientos que tengo y hasta la fecha lo sigo haciendo con gran alegría.

Comento lo anterior porque el contacto con los jóvenes estudiantes me ha hecho ser sensible a lo que les pasa a ellos, a su forma de ver la vida, a su forma de pensar y de actuar. Cada generación de alumnos es diferente; cada grupo de chicos tiene sus propias características. A lo mejor me falta conocer un poco más a los jóvenes, ya que solo he tratado a chicos de escuelas privadas y no así a los chicos de las escuelas públicas, que, he de suponer, cambian muchas situaciones en su forma de vida.

Algo que me ha llamado la atención es que desde que inicié a dar clases hasta el día de hoy, algo que se ha perdido son los valores que los jóvenes traen, valores que teníamos nosotros como estudiantes, valores que se fomentaban en las casas, valores que se aprendían en la escuela, valores que nos identificaban, pero que también nos hacían valiosos ante los demás.

Cada día los chicos viven una soledad tremenda que se ve reflejada en sus formas, en su comportamiento y sobretodo en los estudios y sus resultados. Claro que esto no es general, son casos específicos, pero que cada día desafortunadamente son más.

A mi forma de ver, son dos las cuestiones principales por las cuales suceden estas formas: la primera es el uso del Internet y del celular. Es increíble que para todo (y literalmente, para todo) los jóvenes quieran usar el Internet en la computadora, en la ‘tablet’, o el celular, sobretodo este último. Vemos cómo todos los jóvenes o la mayoría tienen celular y no se despegan de él ni para comer. Las comidas, hasta hace poco tiempo, eran el espacio por excelencia para platicar con la familia; ahora se ha convertido en un espacio en silencio donde cada quien está con el celular jugando, mandando mensajes o simplemente viendo situaciones que no traen, en la mayoría de los casos, ningún beneficio. No me opongo a la utilización del celular, ni lo considero malo; sin embargo, debe de utilizarse de una manera más adecuada y que realmente la tecnología esté al servicio de la persona y no la persona al servicio de la tecnología.

El segundo factor o la segunda cuestión que afecta a nuestros jóvenes es la falta de comunicación con los padres de familia, con las personas que se tienen más cercanas, con quienes puedan escucharlos. Nuestra sociedad, a pesar de tener todos los adelantos de la comunicación, vive una etapa de soledad, y eso pareciera que afecta a todos por igual. Me refiero a la soledad de no saber platicar con las personas que están cerca de nosotros, pero también a la soledad de no saber escuchar a los que están a nuestro lado. Muchas veces se ve en los padres y madres de familia, que mandan a los chicos a clases y solo los ven en las mañanas, a las carreras, y en las tarde–noches sin saber cómo se encuentran, sus necesidades, o tan sencillo como saber la forma en que transcurrió su día.

Los chicos, al tener esa falta de comunicación, se refugian en situaciones contrarias a una realidad. Muchos se refugian en el Internet, muchos en la droga, en el alcohol o en el sexo, haciendo que nuestras familias y nuestra sociedad pierdan sus valores. Pero, insisto, no es en todos los casos ni con todos los chicos.

La sociedad tiene mucho trabajo por hacer. Tenemos que recuperar valores, tenemos que reflexionar lo que hacemos, tanto los que tienen hijos, como quienes los atendemos. Los jóvenes tienen que reflexionar también sobre lo que aprenden y sobre el valor de la vida. Necesitamos tener más comunicación, eso es esencial. Ojalá no se repita en nuestro México los hechos de la semana pasada que vivimos en Monterrey. México necesita a sus jóvenes para que ellos rejuvenezcan a nuestra sociedad. No los dejemos solos, ellos nos necesitan y nosotros necesitamos a ellos.

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