Hemingway sugería arreglar las divergencias como los hombres de antes: en el ruedo o en el cuadrilátero. Sabina proponía abrir otro round más en la cama o en un ring de boxeo; mientras que Cortázar ignoraba el hecho de que se calificara al boxeo como un deporte violento. En una entrevista que le ofreció al periodista español, Antonio Trilla, Julio Cortázar expuso su teoría sobre la nobleza del boxeo. “Me interesa el enfrentamiento de dos técnicas, de dos estilos. La habilidad de vencer siendo a veces más débil. Te diré que casi siempre estuve del lado del más débil en el boxeo y muchas veces los vi vencer, y es una maravilla. Son dos destinos que se juegan el uno contra el otro. En el futbol son 11 contra 11; gana o pierde un equipo. La responsabilidad individual se diluye, todo se diluye; alguien pudo haber jugado muy bien o muy mal, pero nunca tiene la plena responsabilidad del triunfo o de la derrota. En el boxeo, eso no es posible. Allí un hombre vence a otro. Gana porque es mejor o porque hizo mejor las cosas”, explicaba Cortázar.
La consonancia entre boxeo y literatura guarda bajo la manga grandes obras literarias y frases memorables. El escritor argentino, Roberto Arlt, comparaba a la literatura con un buen ‘cross’ a la mandíbula. El autor de ‘Aguasfuertes porteñas’ quizá entendía que en ambos casos se necesitaba de certeza, pero sobre todo de calle. En eso, en la calle es donde, creo, se encuentra el símil absoluto entre ambas disciplinas.
En este espacio editorial, he abordado (en algunas ocasiones) la estrecha relación que el futbol mantiene con la literatura. Sin embargo, es importante destacar que el deporte con más tradición en el ámbito de las letras es el boxeo. Desde Chéjov, pasando por Cortázar y Hemingway, el boxeo se ha entrelazado, quizá por esa complicada metáfora que el ring ofrece, tan parecida a la vida, con los puños y la marginalidad.
Quisiera resaltar la labor que, en ese sentido, la literatura latinoamericana ha ofrecido desde obras de suma importancia intelectual como ‘La vuelta al mundo en ochenta mundos’ y ‘Torito’ (de Julio Cortázar) a la sublime labor narrativa de Ricardo Garibay y sus crónicas boxísticas. Garibay, por ejemplo, encontró en la imagen del ‘Púas’ Olivares un personaje literario que no necesitó de recursos ficticios, sino de la narrativa pura de la crónica para entablar lazos con el lector.
Recientemente terminé de leer ‘Luis Ángel Firpo, soy yo’ de Carlos Piñeiro Iñíguez, en la que el escritor argentino recrea la voz, mediante un ejercicio ficcional, de su compatriota Luis Ángel Firpo, uno de los boxeadores latinoamericanos más reconocidos que han existido de este lado del planeta y que en los años 20 enfrentó al norteamericano Jack Dempsey. La obra de Piñeiro recorre todos los límites de la extraordinaria vida de Firpo, la cual no abandona una trama que mantiene expectante al lector y que traslada la vista a la melancólica decoración urbana de Nueva York y Buenos Aires de principios del siglo XX.
Sin embargo, un texto para la compresión directa entre la literatura y el boxeo no podría ser otro que el mismo encuentro entre un boxeador y un escritor. Lo que parece una idea romántica fue retratado por el periodista mexicano, Alejandro Toledo, en su texto ‘El poeta y la boxeadora’, crónica en la que recrea el encuentro entre el poeta Jaime Sabines y la boxeadora Laura Serrano. En la narración de Toledo, la púgil reconoce su acercamiento a la literatura gracias a los poemas que su padre guardaba de Jaime Sabines, mientras que el poeta le aconseja cómo dar certeros golpes con los versos de la poesía.
Llegar al profundo acercamiento del boxeo y la literatura puede ser fácil de definir. Los boxeadores arriesgan la integridad, se ganan la vida a golpes y casi siempre sus historias se traducen en vidas dramáticas. Cuando Jack London escribió en el año de 1909 ‘Un buen bistec’ (famoso cuento de boxeo) equipos de futbol de prosapia como Real Madrid o Boca Juniors apenas tenían seis y cuatro años de existencia respectivamente.
Hay quienes afirman que el hecho de que el futbol sea un deporte de conjunto ha diluido la idea de un ‘protagonista’ que se ‘faje’ en solitario. Sin embargo, siempre tendremos ‘El señor de las moscas’ para demostrar cómo en el césped también se surcan golpes bajos, o la presencia soberbia de Maradona para encontrar en él la más viva imagen de Iván Karamazov. Como quiera que sea y pese a todo, que los ingleses nos regresen los créditos de lo que nuestro subconsciente latinoamericano inventó: el boxeo, el futbol y el ‘rocanrol’.
Por: Juan José Rojas