Arturo Ochoa
@ochoarti
La fotografía se compone, además de la técnica, de un poco de suerte. Pero no como aquella que nos hace ganar un volado. La suerte del fotógrafo es creada por uno mismo. El fotógrafo, que es un comunicador de la realidad, tiene que encerrar en un cuadro los elementos necesarios para contar una historia. Y hacerlo en una fracción de segundo. Por eso, elegir dónde pararse, la exposición y el lente a utilizar afectan el resultado.
El fotógrafo fabrica su suerte, al reconocer la diferencia entre situación y momento.
“La situación” se espera, se conoce y hasta puede anticiparse. En una cumbre de dirigentes de estado, un saludo entre dos presidentes es un hecho que sucederá, seguro. En una manifestación violenta, un insurgente que lanza una piedra es un hecho no deseable pero previsible. Al final de una boda, es seguro que habrá un beso. Todas estas son situaciones que pasarán. Sin embargo, “el momento” no se puede preveer, porque en “el momento” confluyen todas las fuerzas entrópicas del caos.
Regresando al saludo entre mandatarios, si uno de ellos hace un gesto antes de apretar la mano de su homónimo, se tiene una foto significativa. O si el novio, antes de besar a la esposa, baja la mirada y sonríe, el momento es clave y nadie lo esperaba, excepto el fotógrafo que reconoce el azar y lo respeta. No despegará la mirada del visor, tendrá el enfoque correcto, medirá la luz e imaginará que ciertos “momentos” aparecerán ante él, para ser capturados.
Las fotografías que atrapan estos momentos se vuelven históricas por su trascendencia comunicativa. “La muerte de un miliciano”, de Robert Capa, se volvió la imagen más famosa de la Guerra Civil española; o la de Sergio Tapiro Velasco, durante la erupción del volcán de Colima en 2015. Dos fotos reales resultado de años de experiencia y observación.
Hubo otros en la historia que crearon más que la suerte: falsificaron los momentos. Como Yevgeni Khaldei, el fotógrafo ruso que representó la victoria del Ejército rojo con una bandera sobre el Reichstag de Berlín y olvidó quitarle al soldado los dos relojes en su muñeca, lo que demostraba los saqueos que habían perpetrado. Fue el fin de su carrera tras la cámara.