El lunes pasado, un juez de lo penal en Madrid, España, absolvió a 2 activistas del grupo anarquista internacional Femen que en junio de 2014 se introdujeron en la Catedral de Santa María la Real de la Almudena, se desnudaron y se encadenaron a un crucifijo ubicado frente al altar mayor del templo.
El juez argumentó que “no puede considerarse que se produjera, además de un acto ofensivo, un acto de grave profanación que afectara al derecho fundamental a la libertad religiosa de los católicos”. Es decir, para el juez sólo se trató de un caso “leve” de profanación a un templo católico el que dos mujeres se introdujeran, desnudaran su torso, emitieran gritos como “altar para abortar” o “tomemos el altar”, y se presentaran de esa forma ante los fieles concurrentes en el templo. Según el juez, la intención no era ofender los sentimientos religiosos, sino oponer su posición respecto del aborto a la de la Iglesia, que defiende el carácter sagrado de la vida desde el momento de la concepción.
Para el juez, los derechos de manifestación de las activistas están por encima de los derechos de respeto a un templo sagrado de los católicos, sin importar la forma en que se manifestaron. En España la revolución cultural ha llegado al extremo de invertir los valores, en donde un valor, el derecho de manifestarse, está por encima de la agresión recibida en el interior de un templo.
De sobra está decir que si eso mismo hubiera ocurrido en cualquier mezquita musulmana (cuya cultura también rechaza el aborto) o en una sinagoga, difícilmente las manifestantes hubieran conservado la vida. El interior de un templo es sagrado para los fieles y ese tipo de manifestaciones resulta intolerable.
Mucho odio caracteriza no sólo a las manifestantes referidas, sino a muchos otros que cuestionan diversos aspectos de las religiones. Y ese odio, cuando se expresa como en el ejemplo, sólo tiende a provocar, a humillar, a descalificar. El odio ciego sólo puede producir violencia y las autoridades tienen la obligación de frenarlo. Es su responsabilidad.
