Hugo Lora
Esto dice nuestra Constitución: “La Cámara de Diputados se compondrá de representantes de la nación…”. Ahora, imaginemos a dos personas: una de 29 años y otra de 47; la primera representa la edad promedio de los mexicanos y la segunda, la de un legislador federal. Hay 18 años de diferencia entre uno y otro. México es un país joven y no está siendo representado por estos.
Desgraciadamente existe un estigma que relaciona la edad con la experiencia, pero esto no quiere decir que la juventud implique falta de capacidad. La juventud nos da muchas ventajas como la energía y la ausencia de vicios causados por el ‘status quo’ que, al final, se traducen en ideas frescas y una visión externa.
Esta visión no pretende ser de confrontación, sino todo lo contrario; busca una conciliación entre la juventud y la experiencia. Existen muchos jóvenes que tienen las ganas de involucrarse en el desarrollo social y político de nuestro país, lo que debe de resultar en que estos tengan espacios para poder convertir el interés en acciones.
En el ámbito estatal, revisando los códigos de instituciones y procedimientos electorales, nos damos cuenta de que estos solo piden la promoción de las candidaturas jóvenes sin exigir un número o porcentaje específico de las mismas, siendo así una lista de buenos deseos sin ser una obligación de los partidos. Hablando de las instituciones políticas, solo dos partidos nacionales cuentan con algún artículo o cláusula en sus estatutos que den un porcentaje de candidaturas a los jóvenes o que siquiera promueva la candidatura de jóvenes en sus planillas.
La inclusión de la juventud mexicana es una necesidad que requiere mucho mayor foco y atención por parte de nuestras autoridades. Aunque se ha avanzado, aún queda mucho camino por recorrer.