Salvo el registro de algo extraordinario o, peor aún, catastrófico, se da por sentado el resultado de la campaña, pero no su desarrollo ni conclusión
René Delgado/Sobreaviso
Salvo el registro de algo extraordinario o, peor aún, catastrófico, se da por sentado el resultado de la campaña, pero no su desarrollo ni conclusión.
Las candidaturas y las fuerzas concursantes se ven entrampadas en sus propios enredos, pero no sólo eso. Se encuentran bajo la asechanza de la crispación llevada al extremo, la actividad criminal resuelta a expandir su dominio, la injerencia de factores e intereses externos de poder, la inconsistencia de árbitros y jueces electorales, así como de la intervención del presidente de la República, quien parece afectado por la desesperación y la fatiga, ansioso por cerrar y asegurar lo que él considera su magna obra.
El absurdo de tan compleja circunstancia es que la sana incertidumbre electoral no concluya en la necesaria certeza política y de paso a un conflicto postelectoral. Habiéndose precipitado la sucesión presidencial desde hace más de dos años, los próximos noventa días serán –diría Carlos Monsiváis– de guardar.
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Claudia Sheinbaum afronta un desafío enorme. Morena y su liderazgo amparan su candidatura y constituyen una fuerza innegable que le da una gran ventaja ante su contrincante. Pero, ese impulso es a la vez su freno.
El acierto de Andrés Manuel López Obrador de acrecentar el poder de ese movimiento, manteniéndolo vivo y actuante a partir de encargarle acciones y ejercicios políticos, no alcanzó la grandeza de darle la oportunidad de consolidar su estructura y articularse en sus propios órganos de gobierno. Sin especular si ello respondió a una visión miope o mezquina, hoy Morena cuenta con fuerza, pero no con inteligencia ni espacios para resolver políticamente sus diferencias sobre la base de construir acuerdos y continuar el proyecto, reconociendo el agotamiento del liderazgo que lo entusiasmó y encumbró.
Una militante crítica de Morena sostiene que el Sobreaviso pretende establecer diferencias donde no las hay y que, en tal virtud, el análisis es erróneo. En su lógica, Sheinbaum es López Obrador recargado. Esa idea, aparte de negarle carácter y estilo propio a la candidata, pasa por alto una cuestión. El triunfo del hoy jefe del Ejecutivo tuvo entre otros apoyos, el de sectores de clase media con visión social y moderna que, en la radicalización del proyecto –diciembre de 2021–, fueron despreciados y luego hostigados por el mandatario. López Obrador restó lo que ayer sumó, hoy el reto de Sheinbaum es atraerlos e integrarlos de nuevo, sobre todo, asumiendo que la polarización como recurso político no da más y entraña un peligro.
La circunstancia es complicada. La candidata de Morena está obligada a seguir mostrando disciplina política y apego a la continuidad, pero también a perfilar su propia personalidad y disposición a realizar ajustes y emprender nuevas cosas. Resolver esa ecuación no es sencillo, sobre todo considerando la cantidad de candados y retenes puestos por el Presidente que angustian el margen de acción de la abanderada. En la recta final de concurso, ello le exige sostener y ampliar el proyecto sin sucumbir a la presión del radicalismo e intentar reconciliarse con los sectores de clase media que electoralmente son clave en los centros urbanos.
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Xóchitl Gálvez la tiene aun más complicada. Requiere cerrar cuanto antes la distancia con que la aventaja su contrincante para, entonces, mostrarse competente política y electoralmente. Si no lo hace pronto, su posibilidad se diluirá.
Ensayar eso supone emprender una hazaña de muy difícil realización. Demanda definir y sustanciar el discurso de campaña que parecía haber encontrado, absurdamente, al cerrar la precampaña, pero que en estos días se ha perdido de nuevo. Eso y consolidar la acción de su equipo de campaña que, aun hoy, sigue mostrando desorden e ineficacia. Asimismo, reclama resolver el problema de presentarse como una ciudadana apartidista sin poderse desasociar de los partidos que amparan sin impulsar en serio su candidatura. Contradicción que causa una doble impresión: ella sucumbió al canto de las sirenas de los organismos ciudadanos que la convencieron de ir por la Presidencia y los partidos accedieron a postularla a fin de reposicionarse sin pretenderla llevar a Palacio.
Si el discurso de ser resultado de la cultura del esfuerzo o las puntadas en vez de las ideas dieron pronto de sí, el de denuncia y repudio sin anuncio ni propuesta no alcanza. La filosofía de es chicle y a lo mejor pega vale para el entretenimiento, no para enarbolar una opción. El tic-tac del reloj de la campaña urge a Gálvez a definir qué puede y quiere.
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De Jorge Alvarez Máynez no hay mucho qué decir, se encontró con la horma de sus tenis: es más fosforescente que brillante. No es un candidato, sino un accidente.
El zacatecano ocupa la candidatura porque no llegaron quienes esperaban, pero sí representa la deriva de su partido. Una formación que, pretendiendo constituirse en una tercera vía u opción, sucumbió a la tentación de ganar posiciones a costa de las posturas, sustituir los postulados por los lugares comunes e interesarse más por los seguidores en las plataformas que por la plataforma de la militancia. Derrumbó el discurso de la nueva política para poner en práctica lo más rancia de aquella.
Difícil de entender el giro dado y el destino del empalidecido movimiento naranja.
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Sí las candidaturas y las fuerzas concursantes se ven entrampadas en sus propios enredos, más vale no perder de vista a las acechanzas que pueden emboscar al proceso electoral y colocar al país y la democracia en un problema mayúsculo.
Se habrá escuchado la presunta ministra, cuando dijo: “Los valores que hacemos propios son los que nos definen y nos proyectan como personas en todas las facetas de nuestra vida.”
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Las candidaturas y las fuerzas concursantes se ven entrampadas en sus enredos, sin dimensionar a los actores y factores de poder que pueden colocar en un apuro a las elecciones.