Alejandro Gutiérrez Balboa

La migración es un fenómeno milenario que contiene muchos elementos, no simplemente mudar de lugar de vida. Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha migrado temporal o permanentemente de su país de origen para evitar las consecuencias de catástrofes naturales, guerras, hambrunas, epidemias, regímenes de gobierno con los que no se está de acuerdo, o simplemente para buscar un mejor nivel de vida.

Pero, en algún momento, la migración se volvió un negocio, generalmente para bandas de la delincuencia organizada, y ello ha producido lo mismo un incremento de las masas migrantes que un expolio a quienes migran, una especie de cobro de piso.

Ningún país está preparado para recibir y asimilar las enormes cantidades de personas migrantes que observamos en los flujos hacia Europa o hacia los Estados Unidos; no existe ningún humanitarismo que permita mantener las fronteras abiertas y este tema se está volviendo muy delicado con lo que observamos en la mayoría de los países europeos. Se trata de las conductas no sólo antisociales, sino abiertamente criminales de jóvenes islámicos procedentes de África y Medio Oriente.

Los recién llegados no sólo han recibido toda clase de ayudas y facilidades para su reinserción en el país que les abrigó, sino que de ninguna manera se han adaptado al mismo y pretenden lograr una nueva hegemonía religioso-cultural, alegando derechos históricos, lo que muestra que no fue una migración de sobrevivencia, sino todo un plan para que invadieran silenciosamente los países receptores.

Lo que ocurre hoy en prácticamente toda Europa, y que se vuelve noticia diaria, obliga a replantear las políticas de asilo y las reglas migratorias en la mayoría de los países. Nadie esperaba que las personas migrantes que fueron recibidas con y por humanitarismo, hoy pretendan una nueva hegemonía desplazando toda la cultura que les abrió las puertas.

El fenómeno no es nuevo. Unos pocos migrantes llegan con pretexto de poblar o de huir realidades durísimas, son recibidos y ayudados; mandan traer amigos y familiares y el flujo se vuelve negocio de algunos vivales, hasta que logran la mayoría e imponen sus formas de vida, sus costumbres y a veces los intereses del país del que provienen, lo que obliga a replantear el tema. Así perdimos Tejas.