Me imaginaba que sus siete vidas las exponía cotidianamente, saliendo librado de posibles encuentros, pues había ocasiones en las que salía entero y regresaba con raspaduras propias de alguna reyerta o lo veía, de lejos, llegando a la ventana de una casa vecina para visitar a una gatita que, igual, lo buscaba estirando el cuello, suspirando, viendo la ventana de mi… perdón, la casa de Luneto.