Mario Maraboto
Todos en algún momento hemos recibido o compartido un abrazo, esa poderosa muestra de afecto que va más allá de las palabras y es esencial en las relaciones que tenemos con los demás.
Hay abrazos que significan algo especial en nuestra vida. Por ejemplo, los abrazos que recibimos de nuestra madre o de nuestros abuelos; el que recibimos de un hijo como muestra de agradecimiento y cariño; el que le damos (o nos da) un amigo a quien hace mucho no vemos; el que recibimos por una ocasión especial (cumpleaños, matrimonio, recepción profesional, defunción, etc.).
El abrazo nos permite demostrar afecto y generalmente va acompañado de expresiones como: “¡Qué gusto verte!”, “Estoy orgulloso de ti”, “Te amo”, “Aquí estoy para lo que necesites”, “Te extrañé”, “Te felicito”. Etcétera. Aunque el abrazo implica necesariamente un contacto físico, también puede ser expresado sólo de palabra o de forma escrita, como lo hacemos en una llamada telefónica o en un WhatsApp, por la distancia.
La psicología describe diferentes tipos de abrazos, entre otros: de saludo, de consuelo, de felicitación, romántico, de reconciliación, terapéutico, protector, cada cual dependiendo de la circunstancia específica en la que se abrace, y su significado puede variar según el contexto cultural y las circunstancias individuales.
El abrazo protector se asocia con la estabilidad, la confianza y el cuidado, y es una muestra de apoyo ya sea que se comparta física o verbalmente. Pero, así como puede ser sinónimo de afecto y atención, también lo puede ser de profunda impunidad. Un padre que abraza y felicita a su hijo por no haberse dejado, y golpear a un compañero de escuela, sólo fomenta acciones negativas. El niño se sentirá impune y continuará actuando en consecuencia.
Desde su segunda campaña por la presidencia en 2012, López Obrador usó la frase “abrazos no balazos” como eje de su estrategia de seguridad. “En el caso que nos ocupa de la violencia y de la inseguridad pública, podemos resumir: Abrazos y no balazos”, expresó en algún momento. Desde entonces la delincuencia en el país se ha sentido abrazada y protegida para actuar, inclusive en contra de las fuerzas armadas, con total impunidad.
Dicha frase es un slogan que no describió la profundidad y complejidad del problema de la seguridad. Fue una señal (o quizás un acuerdo) de que se permitiría la impunidad del crimen organizado y por ello la liberación de Ovidio Guzmán en 2019; fue como decir yo te protejo. El presidente lo justificó porque evitó una masacre, lo que no ha impedido a lo largo de su gobierno e incluso se ha burlado de ello: “Ahí están sus masacres, je je je”. Abraza a los criminales pero no a las madres de sus víctimas.
Esos abrazos de protección se han multiplicado permitiendo el dominio del crimen organizado en muchas regiones del país. Esos abrazos se han vuelto a hacer patentes con la captura de Vicente “El mayo” Zambada y de Joaquín Guzmán López, en una acción que, además, puso en ridículo al gobierno de México en su lucha en contra del narcotráfico. Como los abraza (y seguramente el gobierno de Estados Unidos así lo considera), no actuó en contra de ellos y por ello ha insistido en que su gobierno no tuvo nada que ver con el operativo y que ni las manos metió, lo que fue evidente, pero parece que necesita reafirmarlo como diciendo “yo no fui, fue Teté…”
Parece que su mensaje ha sido recibido por sus receptores: ninguno de los carteles involucrados ha reaccionado.