Juan: 6, 41-51
En aquel tiempo, los judíos murmuraban contra Jesús porque había dicho: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”. Y decían: “¿No es este, Jesús, el hijo de José? ¿Acaso no conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo nos dice ahora que ha bajado del cielo?”.
Jesús les respondió: “No murmuren. Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre, que me ha enviado, y, a ese, yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Todos serán discípulos de Dios. Todo aquel que escucha al Padre y aprende de Él se acerca a mí. No es que alguien haya visto al Padre fuera de aquel que procede de Dios. Ese sí ha visto al Padre.
“Yo les aseguro: el que cree en mí tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y, sin embargo, murieron. Este es el pan que ha bajado del cielo para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida”.
Reflexión
Caminando hacia Dios
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
La primera lectura de hoy, Reyes 19, 4-8, nos cuenta un acontecimiento misterioso en la vida del profeta Elías. En su fuga, se siente tan desanimado y angustiado que hasta desea morir. En esta situación, Dios le manda, con un ángel, un pan misterioso del cielo y, en la fuerza de ese alimento, el profeta camina cuarenta días y cuarenta noches por el desierto. Su meta es el monte de Dios, el Horeb, que es el otro nombre del Sinaí. Allí, Dios va a manifestarse a Elías tal como se reveló a Moisés cuatro siglos antes. Así, él anda ese largo camino en busca de Dios, va al encuentro del Dios de Israel.
Esa marcha del profeta Elías hacia el monte de Dios es como una imagen de la vida, de la vida de cada uno de nosotros porque también nuestra vida es una peregrinación, un largo caminar hacia Dios. Nuestra vida es una búsqueda permanente y renovada de su meta: el corazón de Dios, la casa del Padre.
Pues, ¿dónde está nuestra patria definitiva? Está en la Casa del Padre, en el corazón de Dios. Dios nos ha enviado, solo por un tiempo breve, a esta tierra. Somos peregrinos extranjeros en este mundo. Los pocos años que pasamos aquí abajo son años vividos en tierra extraña.
No hay nada puramente terreno que pueda llenar y saciar nuestro corazón. Nuestro anhelo es demasiado grande para este mundo, Dios es nuestro hogar, todo lo demás es demasiado pequeño para nosotros. Nuestra hambre de felicidad solo será saciada en Dios y junto a Él. Sin Él, el corazón humano permanecerá eternamente insatisfecho.
Esto no significa que tengamos que separarnos de todo lo que nos rodea. Todo lo que es de Dios lo llevaremos al corazón del Padre. ¡Busquemos a Dios, hallemos a Dios, amemos a Dios en todas las cosas! Pero la meta suprema de nuestra vida es y seguirá siendo, siempre, la misma: caminar hacia Dios, volver al Padre. Nunca debemos olvidar esta meta, tenerla presente en todo momento.
Todos sabemos que nuestro camino no siempre es fácil, sobre todo, en el tiempo que vivimos actualmente. Muchas veces, estamos desanimados, angustiados, nos faltan el coraje y las fuerzas para seguir caminando y luchando. Nos sentimos perdidos y solos en el desierto de este mundo, igual que el profeta Elías en el desierto de Judá.
En tales situaciones de desesperación, Dios nos extiende sus manos ofreciéndonos también un pan misterioso del cielo. Este alimento nos da fuerza y ánimo para seguir caminando en nuestra ruta de vida. Es el pan eucarístico, el pan de vida eterna, el cuerpo mismo de Jesús. Cada Santa Misa resulta una invitación a fortalecernos con ese pan y a unirnos con la fuerza de Cristo.
Aunque nos sintamos abandonados en nuestro camino, en realidad, nunca estamos solos porque el Señor viaja a nuestro lado hasta el fin del camino. Él es el compañero invisible que nos hace levantarnos y ponernos en marcha siempre de nuevo.
Pero no solo Cristo y María nos acompañan, sino que también una gran multitud de hermanos siguen la misma ruta. Toda la Iglesia está en camino, está en marcha hacia Dios. Somos una Iglesia de peregrinos buscando nuestra patria celestial.
MT