Mario Maraboto
La mayoría de los presidentes de México, prácticamente desde que se anuncia al presidente electo, han desaparecido de la escena pública ya sea por convicción, por necesidad, por obligación o por conveniencia, para permitir que el sucesor empiece a brillar con luz propia. Al terminar su respectivo sexenio, unos se exilian por imposición del nuevo presidente y otros por escándalos debidos a irregularidades y/o crisis durante sus respectivos gobiernos.
Salvo Miguel de la Madrid y Vicente Fox, todos los ex presidentes de los últimos 50 años dieron vía libre a su sucesor, ya sea guardando silencio o saliendo del país; sólo algunos han emitido opiniones políticas tiempo después de haber dejado el poder.
Recordemos: Díaz Ordaz se retiró de la vida pública y ya no se involucró en política; Luis Echeverría pretendió seguir al frente de su Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo, pero su sucesor lo envió como embajador a Australia. López Portillo también se fue del país al concluir su gobierno, entre acusaciones de corrupción y un excesivo endeudamiento para financiar proyectos petroleros que no prosperaron.
Salinas de Gortari enfrentó un linchamiento mediático por el “error de diciembre” (crisis económica) que lo obligó a irse, primero a Cuba y luego a Dublín, desde donde esporádicamente regresa de visita a México. Ernesto Zedillo migró a Estados Unidos para trabajar en la Universidad de Yale, ser consejero de algunas empresas y colaborar en algunos programas de las Naciones Unidas sobre el financiamiento de los países en vías de desarrollo.
Felipe Calderón al terminar su mandato se trasladó a la Universidad de Harvard para formar parte de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy, y preside la Comisión Global sobre Economía y Clima, y la Fundación Desarrollo Humano Sustentable. Enrique Peña cumplió esa regla aún antes de terminar su presidencia, literalmente desapareció y permitió que su sucesor empezara a tomar decisiones de gobierno y, a través del libro “Confesiones desde el exilio: EPN”, comentó que “poner kilómetros de por medio con el nuevo presidente, era necesario para respetar su victoria y gestión”.
Todos fueron disminuyendo su presencia pública, hasta que llegó AMLO para hacerle sombra a su sucesora, quien no sólo no ha marcado distancia, sino que ha sido opacada por el presidente sin dejarla brillar por sí misma. Si la Ley escrita le valió un comino, las reglas no escritas le dan risa al presidente.
Claudia Sheinbaum podría pasar a la historia no sólo como la primera mujer en el cargo sino como una presidenta que actuó, según un post del 15 de agosto, “con honestidad, responsabilidad, respetando la independencia de los poderes” para bien del país y no de ella misma y el movimiento que la apoyó para llegar al poder.
Lograrlo no le será fácil desde que en su primer mensaje como presidenta electa expresó que “No voy a marcar diferencia ni a criticar al presidente nunca…” y, dado lo que hasta ahora se ha visto antes de asumir el poder, no parece conducirse con independencia (no dependiendo de su antecesor) y autonomía, es decir, actuando libremente siguiendo su propio criterio y, mucho menos, respetando la independencia de los poderes. Su criterio al respecto, en el caso del Poder Judicial, por ejemplo, cambió en 24 horas para asumir el capricho de su (de)formador.
Su lugar en la historia podría colocarse entre quienes han acabado con el equilibrio de poderes para gobernar autocráticamente. Ojalá me equivoque.
