Georgina entra al cuarto de Gustavo, su hijo. El joven aún no despierta, teniendo en su regazo una libreta en la que recién escribió: El objetivo y meta del Olimpismo es mostrar cómo el deporte, combinando mente, cuerpo y espíritu, puede hacer que todos seamos mejores ciudadanos ayudándonos a vivir en armonía. Es entonces cuando invade, a Georgina, una poderosa sensación de cariño y amor por su vástago, conociendo su interés por el deporte de alto rendimiento.
Gustavo, impedido físicamente, no pierde detalle de los Juegos Olímpicos 2024 alternativamente desde su cama o silla de ruedas. Lleva obsesiva y cuidadosamente el historial de cada disciplina, con detalles que escapan a cualquiera, poniendo especial atención en la reina de las competencias: los 100 metros planos. Su vida está bien definida en todos sentidos y en el corto espacio de la recámara. La prisión es una cama de tamaño matrimonial y una silla de ruedas. A Gustavo, le alegran los días sus padres y tres hermanos menores, quienes buscan, en todo momento, aligerar esta pesada losa que afecta la vida de todos.
El feliz grupo de amigos regresaban de Querétaro a la ciudad de México después de una competencia regional. La Carretera 57 imponía riesgos inimaginables, pero la juvenil alegría del grupo hizo que la distracción los llevara al desastre. En esa ocasión, Gustavo llevaba la medalla de plata colgada al cuello después de haber logrado, en la pista, una marca, para él, excepcional en los 100 metros planos: 10:36, a sus 17 años, seguro de que su vida tomaba alturas soñadas. Sabía que estaba lejos de las marcas de Usain Bolt, 9.58 segundos, y menos de los 9:784 de Noah Lyles, ahora, en Francia. Salvó su vida, no así sus dos piernas. Quedó roto.
MT