Hemos visto por qué el Espíritu Santo, en la Biblia, es simbolizado por el viento y, de hecho, toma de él su mismo nombre, Ruah (viento). Vale la pena preguntarnos también por qué está simbolizado por el aceite y qué lección práctica podemos extraer de este símbolo. En la Misa del Jueves Santo, consagrando el óleo llamado “Crisma”, el obispo, refiriéndose a los que recibirán la unción en el Bautismo y en la Confirmación, dice así: “Esta unción los penetre y los santifique para que, liberados de la corrupción nativa y consagrados templo de su gloria, difundan el perfume de una vida santa”. Es una aplicación que se remonta a San Pablo, que escribe a los Corintios: “Pues nosotros somos, para Dios, el olor de Cristo” (2 Cor 2, 15). La unción nos perfuma y también una persona que vive con alegría su unción perfuma a la Iglesia, perfuma a la comunidad, perfuma a la familia con este perfume espiritual.