Mar y desierto: estas dos palabras vuelven a aparecer en muchos testimonios que recibo, tanto de migrantes, como de personas que se comprometen a rescatarlos y, cuando digo “mar” en el contexto de migración, también me refiero al océano, lago, río, todas las masas de agua traicioneras que tantos hermanos y hermanas de cualquier parte del mundo se ven obligados a cruzar para llegar a su destino y “desierto” no es solo el de arena y dunas o el rocoso, sino también todos aquellos territorios inaccesibles y peligrosos como bosques, selvas, estepas, donde los migrantes caminan solos, abandonados a su suerte. Migrantes, mar y desierto. Las rutas migratorias actuales, a menudo, están marcadas por travesías de mares y desiertos, que, para muchas, demasiadas personas, ¡demasiadas!, son mortales. Por eso, quiero detenerme en este drama, en este dolor. Algunas de estas rutas las conocemos mejor porque suelen estar, a menudo, bajo los reflectores; otras, la mayoría, son poco conocidas, pero no por ello menos transitadas.