Y llegamos a la tercera palabra: compasión, que está muy vinculada con la fraternidad. La compasión significa padecer con el otro, compartir sus sentimientos. Es una palabra hermosa. Como sabemos, en efecto, la compasión no consiste en dar limosna a hermanos y hermanas necesitados mirándolos de arriba hacia abajo, viéndolos desde las propias seguridades y privilegios, sino al contrario, compasión significa hacernos cercanos unos a otros, despojándonos de todo lo que puede impedir inclinarnos para entrar realmente en contacto con quien está caído, y así levantarlo y devolverle la esperanza (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 70). Y esto es importante: tocar la pobreza. Cuando yo confieso, siempre pregunto a las personas adultas: “¿Tú das limosna?”, y generalmente me dicen que sí, porque es gente buena. Pero la segunda pregunta que les hago es: “Cuando das limosna, ¿tocas la mano del mendigo?, ¿lo miras a los ojos?, ¿o le arrojas la moneda desde lejos para no tocarlo?” Esto es algo que debemos aprender todos, la compasión significa sufrir, padecer, acompañar en sus sentimientos al que está sufriendo, abrazarlo y estar con él. Y no sólo eso, significa además abrazar sus sueños y sus deseos de redención y de justicia, ocuparnos de ellos, ser sus promotores y cooperadores, involucrando también a los demás, extendiendo la “red” y las fronteras en un gran dinamismo comunicativo de caridad (cf. ibíd., 203). Y esto no significa ser comunista, significa más bien caridad, amor.