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Jesús, en el desierto, se libró de Satanás, y ahora puede liberar de Satanás. Esto es lo que destacan los evangelistas con los numerosos relatos

29 de septiembre 2024

La voz del vicario de Cristo

Inmediatamente después de su bautismo en el Jordán, Jesús, «fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo» (Mt 4,1) – así dice el Evangelio de Mateo. La iniciativa no es de Satanás, sino de Dios. Al ir al desierto, Jesús obedece a una inspiración del Espíritu Santo, no cae en una trampa del enemigo, ¡no! Una vez superada la prueba, Él – está escrito – regresó a Galilea «lleno del poder del Espíritu Santo» (Lc 4,14).

Jesús, en el desierto, se libró de Satanás, y ahora puede liberar de Satanás. Esto es lo que destacan los evangelistas con los numerosos relatos de liberación de endemoniados. Dice Jesús a sus oponentes: «Si yo expulso los demonios por el Espíritu de Dios, entonces el reino de Dios ha llegado a ustedes» (Mt 12,27).

Hoy asistimos a un extraño fenómeno relacionado con el diablo. En un cierto nivel cultural, se cree que sencillamente no existe. Sería un símbolo del inconsciente colectivo, o de la alienación; en definitiva, una metáfora. Pero «el mayor ardid del diablo es hacer creer que no existe», como escribió alguien (Charles Baudelaire). Es astuto: nos hace creer que no existe y así lo domina todo. Es astuto. Sin embargo, nuestro mundo tecnológico y secularizado está repleto de magos, ocultismo, espiritismo, astrólogos, vendedores de amuletos y hechizos y, por desgracia, de verdaderas sectas satánicas. Expulsado por la puerta, el diablo ha vuelto a entrar, podría decirse, por la ventana. Expulsado con la fe, vuelve a entrar con la superstición. Y si eres supersticioso, inconscientemente estás dialogando con el diablo. Con el diablo no se dialoga.

La prueba más fuerte de la existencia de Satanás no se encuentra en los pecadores ni en los posesos, sino en los santos. «¿Y cómo es esto, Padre?» Sí, es cierto que el diablo está presente y activo en ciertas formas extremas e «inhumanas» de mal y de maldad que vemos a nuestro alrededor. Sin embargo, por esta vía es prácticamente imposible llegar, en cada caso particular, a la certeza de que se trata efectivamente de él, ya que no podemos saber con precisión dónde termina su acción y dónde comienza nuestra propia maldad. Por eso, la Iglesia es muy prudente y rigurosa en el ejercicio del exorcismo, ¡a diferencia de lo que ocurre, lamentablemente, en ciertas películas!

Es en la vida de los santos, precisamente ahí, donde el demonio se ve obligado a salir al descubierto, a ponerse «a contraluz». Unos más, otros menos, todos los santos y todos los grandes creyentes dan testimonio de su lucha contra esta oscura realidad, y no se puede suponer honestamente que todos ellos fueran unos ilusos o meras víctimas de los prejuicios de su época.

La batalla contra el espíritu del mal se gana como la ganó Jesús en el desierto: a golpes de la palabra de Dios: Ya ven que Jesús no dialoga con el diablo, nunca lo hizo. Lo expulsa o lo condena, pero nunca dialoga. Y en el desierto no responde con sus palabras, sino con la Palabra de Dios. Hermanos, hermanas, ¡nunca dialoguen con el diablo! Cuando venga con tentaciones: “pero estaría bien esto, estaría bien lo otro…”, ¡detente!  Eleva tu corazón al Señor, reza a la Virgen y expúlsalo como Jesús nos enseñó a expulsarlo. San Pedro sugiere también otro medio, que Jesús no necesitaba, pero nosotros sí, la vigilancia: «Sean sobrios, vigilen. Su enemigo, el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar» (1 Pe 5,8). Y San Pablo nos dice: «No den ocasión al diablo» (Ef 4,27).

MT

 

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