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Cuando Brígida peinaba a su madre, lo hacía con un cariño infinito. Acariciaba la larga cabellera de su madre rítmicamente, a su gusto y aquella dócilmente, se dejaba cerrando los ojos

20 de octubre 2024

Esa noche, Leonarda Martínez ‘La Carambada’, se fue a dormir con la conciencia intranquila. Esta inquietud la llevaría clavada en su conciencia hasta el final de sus días, hecho que -paradójicamente- daría nobleza a su existencia. Le remordía haber abandonado a su madre a su suerte, sobre todo después de la muerte de su abuela Francisca. La abuela fue celosamente cuidada por su hija Brígida, madre de Leonarda, durante los últimos 15 años de su vida, haciéndola no solo llevadera, sino feliz al haberla regalado con 5 nietos que la querían de verdad. Sobresalía entre todos, el cariño de su querida ‘muchacha caramba’, Leonarda. Esta nunca vio tiernas caricias y amorosos besos entre su madre y su abuela, pero llegó a percibir que existía entre ellas un acuerdo tácito de que el amor se demuestra con hechos y no solo con caricias.

Cuando Brígida peinaba a su madre, lo hacía con un cariño infinito. Acariciaba la larga cabellera de su madre rítmicamente, a su gusto y aquella dócilmente, se dejaba cerrando los ojos, ambas siempre en silencio, como si estuvieran pagando una deuda heredada. Culposamente y con sigilo, antes de ir a dormir, madre e hija besaban imágenes y figurillas religiosas, seguramente arrepintiéndose de sus pecados: ¡Sí, pecados! La semilla clavada desde el púlpito, germinaba haciendo creer a estas mujeres que había que arrepentirse por haber pecado. Cuando Leonarda decide abandonar su casa sabía que su madre siendo un ser humano débil y frágil emocionalmente, perdería en los debates surgidos en casa. La dejó sabiendo que la dejaba lidiando con su esposo quien no la quería y, aunque no la maltrataba o pegaba, había una distancia monolítica entre ambos. Ambos aprendieron a convivir en la soledad como pareja. Por ello, Leonarda se confesaba internamente:

– Perdóname Brígida, perdóname mamá, pero mi naturaleza me gana. No soy como esos animalitos que se conforman con una paca de rastrojo seco, cuando viene acompañada de una soga al cuello. Sé que no soy una mujer buena, ¡lejos estoy de serlo! pero mi Virgencita del Carmen me entiende… antes le pido permiso y veo que con su sonrisa aprueba mis actos que son considerados como malvados.

Con estas reflexiones y muchas más en su vida, ‘La Carambada’ se analiza. Sola se acusa, se arrepiente, se anima y se revitaliza para la mañana siguiente. Una de esas mañanas resultó ser martes 30 de octubre de 1862, siendo presidente de México un distinguido militar, el Gral. Miguel Miramón.  México estaba a escasos 5 años antes de la caída del Imperio con el fusilamiento en el Cerro de las Campanas de Maximiliano, acompañándolo en el fatal evento el mismo Don Miguel y del aguerrido indio queretano, otomí de raza pura el Gral. Tomás Mejía. En estos mismos tiempos, Leonarda ya conocida por muchos como una  atrevida bandolera, estaba enojada ¡y mucho! Los triunfos liberales desde la tribuna del Congreso como en distintas batallas encarnizadas, hacían ver errático al bando conservador al momento de tomar decisiones estratégicas.

El encono en Leonarda estaba animado por las agresiones que ella percibía en las leyes reformistas de Juárez, mismas que lesionaban su espíritu católico, apostólico y romano. Sin saberlo, en el fondo, las leyes de reforma en su parte social, hacían que esta mujer fuera tan liberal como el propio don Benito a quien la historia o la leyenda, dejarían el rol de verdugo en un país tan rotundamente católico. Casi al final de sus días, La Carambada aceptó que su fe era una cosa y la administración de bienes y poder político de parte de la Iglesia, fueron dos fenómenos distintos.

Despuntando el día La Carambada despertó y escuchó ruidos avisando que Apolonia y su marido Benito ya estaban en la brega en la casa y en los corrales. Se acomodó sabrosamente en el solitario lecho, extrañando las caricias y el calor de ‘El Amito’, su compinche y amante. Desde temprano, la piel de esta mujer extrañaba la mano recia y callosa de aquel con quien compartía aventuras en los caminos y accesos a Querétaro,  capital del Estado. Siendo socios y aunque no comulgaban en principios y razones filosóficas y poco después de que la muchacha saliera de la casa paterna, La Carambada y El Amito se enamoraron, se necesitaron y se hicieron compañía,

– Mire mi Amito, la mitad de lo ganado en la Hacienda “La Capilla”, es para mis pobres, estos que son aporreados por políticos corruptos y ricos desalmados, exonerando a los señores de sotana en este enjuiciamiento de carácter ético.

Las estrategias de seguridad de  la  pandilla de La Carambada, cuidaron siempre de tener guaridas o escondites seguros. En una de las casas de seguridad, en el Callejón de la Penitencia, durmieron seguros y confiados la patrona Leonarda, Apolonia y Benito su marido, un día antes del martes 30 de octubre de 1862, fecha señalada líneas atrás. La señora de la casa, decide incorporarse y con pocas ganas, abandona la cama y se dirige al baño, debiendo atravesar un patio largo. Antes de salir de la alcoba, atisba y se percata de que no hay riesgo alguno. Pasa por la cocina oliendo sabrosuras, le dice a Apolonia:

– Niña, tienes que ir a casa de la seño Josefa, para que le des unas cositas. Apolonia entiende el mensaje oculto en las palabras de su patrona y simplemente contesta en voz baja:

– ¡Ajá!

– Para no despertar sospechas, no lleves a Benito. Tú como siempre, ve caminando como si nada, bien enrebozada y que todos crean que vas o vienes de la iglesia… vete preparando niña… Dile a la señora Josefa que lo que mando es poco, pero que confío en que sabrá administrar bien el dinero y que con esto tengo la confianza en que los niños estarán bien. Ah, dile que el otro día la vi en el mercado con la niña, la más grandecita y que la vi muy chamagosa. Que sea cuidadosa con los niños porque ellos aprenden de lo que ven, las enseñanzas que surgen en casa, pa’ bien o pa’ mal.

Con esta última instrucción, la mujer acabó con la tortilla que le ofreciera Apolonia recién salida del comal, junto con tres sorbos de café endulzado con piloncillo. Con estas demostraciones de generosidad, la violenta bandolera, la devota religiosa, la fiel amante, creía estar en paz con todos. Faltaba escuchar a la policía que no podía darle caza. (Continuará 4/10)

 

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