Más que humanismo, parece que vivimos un surrealismo de dimensiones insospechadas: Un surrealismo en el que la experiencia de trabajo será cambiada por la inexperiencia y quizá, el sometimiento; en el que un hombre conocido por sus arbitrariedades y expresiones misóginas, asume la presidencia del Senado y, en una especie de feria de pueblo, condena al despido a un importante número de trabajadores que, en busca de su autorrealización, iniciaron desde hace varios años una carrera, en su mayoría, desde las posiciones más modestas dentro de las diferentes instancias que conforman ese poder.