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Salió por la parte trasera de la casa, siempre precavida. La luna, enorme, iluminaba las veredas por lo que se sintió tranquila

3 de noviembre 2024

Desde que despertó ese día, Leonarda estuvo pensativa y taciturna. Previo a una emboscada, invariablemente la invadía una sensación de tristeza, mezcla de melancolía y una rasposa sensación de miedo que se le anidaban en la boca del estómago. El viernes anterior habían acordado al interior de la pandilla, asaltar una hacienda por el poblado de Apapátaro y además, secuestrar al patrón de la finca de don Mariano Martínez. Nada podía salir mal al estar todo planeado cuidadosamente al estar ella y de todas sus confianzas, El Amito y José y León, dos hábiles y leales pillos. Confiada en sus decisiones, Leonarda se daba valor diciendo para sus adentros: Pocos, pero seguritos…

 

– ¿Pos pa’ónde jalas tan a deshora, niña?

– No hay hora fija para nada Apolonia, sólo pa´ la muerte, recuérdalo. Voy a caminar un rato. Voy al Puente Grande pa´ ver cómo corre el agua.

– ¿A esta hora? No se ve nada, niña.

– Ya lo sé, pero me ayuda la luz de esta lunota de octubre y el murmullo del agua corriente ayuda también: Nomás cierro los ojos y veo el agua, la siento correr. Así hago cuando quiero recordar a la abuela Francisca.

– ¿Te llevas la yegua?

– Si, -contesta bruscamente-, me la llevo por si acaso… pero iré caminando…

Apolonia Sin que se diera cuenta su patrona, hizo una seña a Benito su marido, para que la acompañara a distancia y la cuidara de lejesitos.

– Leonarda que tenía ojos y oídos para todo, le dice a ambos: Déjate de pendejadas Apolonia…. y tú, Benito, te prohíbo que me sigas. No pasa nada, ‘tense tranquilos.

Salió por la parte trasera de la casa, siempre precavida. La luna, enorme, iluminaba las veredas por lo que se sintió tranquila y segura de llegar al Puente Grande, lugar en el que se sentía singularmente en paz. Cruzó los brazos sobre el ancho barandal y descansó humildemente su rostro en ellos y cerrando sus ojos, se entregó a los sentidos. Bajo el puente, corría armoniosamente el agua y la visitante, entreabriendo mañosamente los ojos, veía el oleaje, coronado por luminosos rayos de la luna, como pinceladas. ‘La Carambada’, sí, Leonarda Martínez, siempre fue una mujer intensa en todo: Su interior era un volcán, su físico era dominante y en sus actos, contundentes. Contradictoria y dialéctica, feroz con sus enemigos, pero caritativa con los débiles, que los hacía de los suyos. Mandona como militar adiestrado, pero amante suave y amorosa en la intimidad. Audaz y valiente, siempre picando al caballo para atacar sin piedad, como una amazona novelada. Pragmática y con un demoledor sentido común, era una estratega notable a la hora de atacar como felino, obedeciendo a su naturaleza depredadora.

Negada a la maternidad, egoísta y fría, ‘La Carambada’ estuvo hecha para lo que fue: Líder leal a sus principios, nunca dio muerte a alguien, convirtiéndose en precursora del feminismo moderno. A sus 30 años, era fuerte y su belleza surgía de un atractivo temperamento y una peculiar violencia en sus asaltos. Paradójicamente, su presencia estuvo avalada por su calidad moral y ética, a pesar de ser perseguida por la ley: Asaltante, violadora de las libertades de otros, noctámbula y entregada al juego, los tragos y el bailongo. Siempre devota de la Virgen del Carmen, del recuerdo de su abuela Francisca y de que buscaba siempre ayudar a los necesitados con sus ganancias: Con todo esto, ella sentía que la ecuación se equilibraba. Liberal y todo, odiaba al bando juarista convirtiéndola así en conservadora, banda política que enterró su filosofía precisamente en su tierra, al triunfo de Matamoros ¡qué paradoja! Leonarda no se dejaba manejar por los hombres y hasta se daba el lujo de conquistarlos con sus arrebatos y coqueterías. Para esos tiempos tan recatados, se atrevió a ser promiscua y libertina, pero leal y auténtica al momento de entregarse plenamente con quien ella decidía. Sus correrías nocturnas se daban por los rumbos de los manantiales de Pathé, precisamente donde estuvieron unos baños. De ahí surgieron las coplas de un corrido popular, en el que reseñan sus excentricidades (Sólo unas líneas):

“Bailaba con una copa

de licor en la cabeza,

no tiraba ni una gota

ni se mojaba la trenza.

Y también en los tobillitos

cuando el Jarabe bailaba,

se amarraba dos cuchillos

pero nunca se cortaba.

Le pagaban los catrines

como a buena bailadora,

doña Leonarda Martínez

también era jugadora.

Hacía bailes en su casa

que duraban todo el día,

seguían hasta por la noche

con muchísima alegría.

A las ocho de la noche

sin cambiar sus intenciones

les decía a sus invitados:

hínquense a rezar ca… nijos.

Y la gente obedecía

la música no tocaba

y al decir Ave María

todito el mundo se hincaba.

Y después seguía la fiesta,

la música y las canciones,

los jarabes zapateados

de todos sus valedores.

Leonarda La Carambada

le daba a su gente vino

y a la mera madrugada

                                               salía a robar al Camino

todito el mundo se hincaba.

Y después seguía la fiesta,

la música y las canciones,

los jarabes zapateados

de todos sus valedores.

Leonarda La Carambada

le daba a su gente vino

y a la mera madrugada

salía a robar al Camino.

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