Salió por la parte trasera de la casa, siempre precavida. La luna, enorme, iluminaba las veredas por lo que se sintió tranquila y segura de llegar al Puente Grande, lugar en el que se sentía singularmente en paz. Cruzó los brazos sobre el ancho barandal y descansó humildemente su rostro en ellos y cerrando sus ojos, se entregó a los sentidos. Bajo el puente, corría armoniosamente el agua y la visitante, entreabriendo mañosamente los ojos, veía el oleaje, coronado por luminosos rayos de la luna, como pinceladas. ‘La Carambada’, sí, Leonarda Martínez, siempre fue una mujer intensa en todo: Su interior era un volcán, su físico era dominante y en sus actos, contundentes. Contradictoria y dialéctica, feroz con sus enemigos, pero caritativa con los débiles, que los hacía de los suyos. Mandona como militar adiestrado, pero amante suave y amorosa en la intimidad. Audaz y valiente, siempre picando al caballo para atacar sin piedad, como una amazona novelada. Pragmática y con un demoledor sentido común, era una estratega notable a la hora de atacar como felino, obedeciendo a su naturaleza depredadora.