Por sentido común, un jefe de Estado no puede supeditar sus funciones a horarios, escalas, retrasos, falta de vuelos o incomunicación, mucho menos en trayectos de más de 10 horas; tiene que estar al tanto de todo lo que suceda en su país, comunicarse sin restricción y de manera confidencial, e inclusive puede cancelar el viaje o variar la ruta, además de estar siempre acompañado por su médico de cabecera. En un avión comercial es prácticamente imposible atender una crisis o emergencia médica como sucedió en 1987, cuando el entonces presidente de Colombia sufrió una perforación de intestino durante un vuelo sobre el Océano Pacífico; a bordo del avión presidencial, pudo ser atendido en pleno vuelo.