En los últimos 120 años, insectos y hongos voraces han asolado Norteamérica con una regularidad aterradora, lo que ha afectado al castaño, al olmo, a la cicuta y, más recientemente, al fresno. Cada uno de esos árboles sirven como ancla para los ecosistemas naturales, así como para las economías y las culturas humanas.