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Los pediatras están al frente de la crisis de salud mental

La transformación ha puesto cada vez más a los servicios de urgencias y a los pediatras al frente de la atención a la salud mental.
La transformación ha puesto cada vez más a los servicios de urgencias y a los pediatras al frente de la atención a la salud mental.

Estos niños forman parte de una epidemia distinta, una que se apoderó de la comunidad y de Estados Unidos desde mucho antes de la COVID

Matt Richtel

Una mañana fresca de un lunes en enero, Melissa Dennison se sentó en un pequeño consultorio sin ventanas con una niña de 14 años y su madre. La variante ómicron estaba arrasando Kentucky, y la niña era parte de las tres decenas de pacientes jóvenes —dos de ellos con coronavirus— que la pediatra vería ese día.

Pero esta niña formaba parte de una epidemia distinta, una que se apoderó de la comunidad y de Estados Unidos desde mucho antes de la covid: ella y su madre habían acudido para hablar del deterioro de la salud mental de la niña.

La niña tenía el pelo oscuro y llevaba jeans y una camiseta con las palabras “Purple Rain”. Estaba deprimida, le dijo a Dennison, y se había estado cortando el brazo para aliviar su dolor emocional. Dennison sugirió terapia, pero la chica dijo que no iría.

Después del examen, de pie en el pasillo, Dennison describió el caso. “Tienes que dejar el teléfono y la computadora”, le había dicho a la niña. “Cuando haga un día tan bonito como este, ponte un montón de ropa y sal da dar un paseo”.

Dennison recetó el antidepresivo Zoloft, aunque no estaba segura de que la niña estuviera clínicamente deprimida.

“Preferiría que vieran a un psiquiatra”, dijo. “Pero si tengo a esta menor y se está cortando y diciendo que se va a suicidar, diré: ‘Bueno, la veré hoy’. Si llamo a un psiquiatra infantil, me dicen: ‘La veré en un mes’”.

En las últimas tres décadas, los principales riesgos para la salud a los que se enfrentan los adolescentes estadounidenses han cambiado drásticamente: el embarazo adolescente y el consumo de alcohol, cigarrillos y drogas han disminuido, mientras que la ansiedad, la depresión, el suicidio y las autolesiones se han disparado. En 2019, la Academia Estadounidense de Pediatría publicó un informe en el que señalaba que “los trastornos de salud mental han superado a las afecciones físicas” como los problemas más comunes que causan “deterioro y limitación” entre los adolescentes. En diciembre, la máxima autoridad de salud de Estados Unidos, en una advertencia pública inusual, advirtió de una crisis de salud mental “devastadora” entre los adolescentes estadounidenses.

Pero el sistema médico no ha estado a la altura, y la transformación ha puesto cada vez más a los servicios de urgencias y a los pediatras al frente de la atención a la salud mental. Los médicos comunitarios se ocupan ahora de forma rutinaria de problemas psiquiátricos complejos, realizan diagnósticos difíciles tras breves visitas y recetan potentes medicamentos psiquiátricos a falta de mejores alternativas. “Los pediatras deben asumir un papel más importante en el abordaje de los problemas de salud mental”, concluye el informe de la Academia Estadounidense de Pediatría de 2019. “Sin embargo, la mayoría de los pediatras no se sienten preparados para hacerlo”.

Cori M. Green, coautora de ese informe y pediatra de Weill Cornell Medicine, dijo que la formación médica se quedó atrás. “Tenemos que revisar todo el sistema”, dijo. “Tenemos que ver la salud mental a través de una lente de prevención y dejar de ver la salud física como algo diferente a la salud mental”.

En Glasgow, Kentucky, como en otros lugares, hay consejeros en las escuelas y terapeutas en la ciudad, incluidos cuatro en la clínica de Dennison. Pero a menudo están reservados con meses de antelación. Los psiquiatras son escasos, aquí y en todo el país. El 70 por ciento de los condados de Estados Unidos carecen de un psiquiatra especializado en niños o adolescentes, y los psiquiatras que se pueden encontrar se concentran en las zonas más ricas, y muchos solo aceptan pagos privados.

“Hay una necesidad y no hay otro sitio al que acudir”, dijo David Lohr, psiquiatra de niños y adolescentes de la Universidad de Louisville, sobre el creciente papel de los médicos de atención primaria en la salud mental.

Dennison, de 62 años, se ha adaptado. Hace dos décadas, prescribía antibióticos de forma rutinaria y atendía a pacientes con “faringitis estreptocócica, dolores de oído y respiración sibilante”, relató. “Y nadie había oído hablar del trastorno por déficit de atención e hiperactividad”, dijo. Calcula que, por aquel entonces, el uno por ciento de sus casos estaban relacionados con la salud mental y del comportamiento; ahora, al menos el 50 por ciento lo están.

Las causas de esta crisis no conocen con certeza. Los expertos señalan muchos factores posibles. Los cambios en el estilo de vida han provocado un descenso del sueño, la actividad física y otras actividades saludables entre los adolescentes. Esta generación declara sentirse especialmente sola, un factor importante en la depresión y el suicidio. A menudo se culpa a las redes sociales de estos cambios, pero faltan datos que establezcan firmemente que son la causa.

En Glasgow, una ciudad de 14 mil habitantes, los retos se intensifican por los altos índices de drogadicción y pobreza y sus efectos en las familias.

Pero el estigma en torno a los problemas de salud mental, al menos, se ha reducido. En todo el país, los centros de atención a la salud mental se parecen cada vez más a Glasgow Pediatric Associates: un pasillo luminoso decorado con coloridas imágenes de animales, asientos llenos de pacientes adolescentes, uno entrando al consultorio de Dennison cada 15 minutos.

Cicatrices y medicación

La primera paciente de Dennison a la mañana siguiente era una niña de 12 años con un suéter negro y unos jeans rotos que había llegado con su tía. (La tía y la niña permitieron a un periodista entrar en el consultorio, pero pidieron que no se usaran sus nombres, para proteger su privacidad).

Dennison ocupó su lugar habitual detrás de una computadora sobre un soporte que hacía rodar de una sala a otra. Llevaba una blusa anaranjada y pantalones negros con rayas de tigre. “Me gusta vestirme bien cuando tengo la energía para hacerlo”, dijo.

Empezó a trabajar como pediatra en Glasgow en 1990, después de terminar la carrera de medicina en la Universidad de Louisville (sus padres habían preferido que fuera enfermera) y una residencia pediátrica en Texas. Entre sus pacientes actuales están los hijos de los pacientes que trató en Glasgow hace dos décadas.

La niña en su consultorio había llegado por primera vez con Dennison siendo recién nacida. Los padres eran fuertes consumidores de varias drogas, y a los seis meses la niña fue acogida por su abuela y su abuelastro. A los 7 años, la niña tenía problemas de concentración en la escuela, y Dennison le recetó Adderall para el déficit de atención e hiperactividad.

Cuando la niña tenía 9 años, salió a la luz que su abuelastro la había violado. (El hombre está en prisión en Kentucky, donde cumple una condena de diez años tras ser condenado en 2019 por abuso sexual de la niña). La niña fue transferida a la custodia de la tía.

En ese momento, Dennison le recetó Zoloft para la depresión. La niña lo tomó durante un breve periodo, pero se preocupó por los efectos secundarios y pidió dejarlo. Cuando la niña tenía 11 años, Dennison le recetó Trazodone para ayudarla a dormir.

A finales de 2021, la niña expresaba “explosiones salvajes en casa” y se metía repetidamente en problemas en la escuela, recordó la tía: “Me llamaban una vez a la semana del colegio”. Dennison volvió a ponerla en tratamiento con Zoloft.

Al comienzo de la última visita, Dennison preguntó: “¿Crees que el Zoloft está ayudando?”.

“Es difícil de decir”, respondió la tía. “Tuvimos otro incidente durante las vacaciones de Navidad. Empezó a cortarse”. Se volvió hacia la niña: “Enséñale”. Regresó su atención hacia la médica: “Eran malas, muy malas”.

La niña se levantó la manga izquierda para mostrarle a Dennison ocho cicatrices, todavía rojas y sensibles, en su muñeca. “Pensé que me quitaría el estrés”, dijo la chica. “Pero hizo que todo fuera cien veces peor”.

Dennison examinó las cicatrices. “Tienes que ayudarte, ¿de acuerdo, Ding-Dong?”, dijo. “Eres una niña muy linda. Tienes tanto a tu favor. Ojalá pudiéramos hacer que te dieras cuenta”.

Dennison sugirió cambiar el antidepresivo por Prozac. Un aspecto clave de su trabajo que ha cambiado es la disponibilidad de medicamentos potentes con receta médica para tratar una serie de problemas de salud mental.

En dos días, Dennison tuvo 66 citas, 20 de ellas relacionadas con la salud mental y del comportamiento. Atendió a pacientes que tomaban una serie de medicamentos, muchos de ellos recetados por ella y algunos eran combinados. Los medicamentos incluían Abilify para los trastornos del estado de ánimo; Zoloft, Trazodona y Clonidina para los problemas de sueño; Ritalin, Adderall, Qelbree y Vyvanse para el déficit de atención e hiperactividad; y Remeron para el trastorno depresivo grave.

El creciente uso de medicamentos psiquiátricos en los jóvenes es una métrica de la crisis de salud mental de los adolescentes. De 2015 a 2019, las prescripciones de antidepresivos aumentaron un 38 por ciento en los adolescentes, en comparación con el 15 por ciento en los adultos, según Express Scripts, una importante farmacia de venta por correo.

Algunos expertos en salud han expresado su alarma por el hecho de que, en todo el país, los principales fármacos psiquiátricos se prescriben tan ampliamente a los niños y adolescentes, a pesar de que muchos de estos medicamentos no han sido estudiados por sus efectos combinados o a largo plazo. También les preocupa que se ha demostrado que algunos antidepresivos aumentan el riesgo de suicidio entre niños y adolescentes. El Prozac lleva una “caja negra” que advierte de estos riesgos.

Dennison admitió que recetar tantas medicinas no es lo ideal. “No quiero hacerlo”, admitió. “Doy muchos medicamentos, pero no hay un lugar para que estas personas vayan”.

Y añadió: “Quieres hacer algo, creo, ¿sabes? Como la niña con Zoloft”, la niña de 14 años que había acudido a su consulta en enero. “Le dije: ‘Esto no te va a arreglar, quizá te ayude. Si tarda un mes en entrar en tu organismo, a ver si te hace sentir mejor, te mejora el ánimo, te hace más feliz. Pero también tienes que hacer otras cosas que te hagan más feliz’”.

Copyright:

 c. 2022 The New York Times Company

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