La frontera de Colombia con Venezuela, por el departamento del Norte de Santander, es un polvorín que en cualquier momento puede explotar por la presencia de ingredientes con variables muy volátiles.
Migración, drogas, prostitución, trata de blancas, desempleo, violencia política, guerrilla, comercio ilegal de divisas y bandas criminales, algo que es difícil encontrar en un solo sector y que son visibles para los gobiernos de los dos países, pero que no han hecho nada por solucionarlo.
El Norte de Santander y el estado Táchira, al otro lado de la frontera, es una región biodiversa y multiétnica, donde la gente se educó para vivir del comercio y muy poco se ha hecho para cambiar la cultura de sus ancestros.
En los últimos 19 años, el ingrediente político agravó la crisis económica que se tornó también social, ante el manejo dado por el desaparecido presidente Hugo Rafael Chávez Frías, y posteriormente por la dupla Nicolás Maduro y el exmilitar Diosdado Cabello, quien es para varios el verdadero presidente del país con las mayores reservas de petróleo del mundo.
La actualidad nos muestra que Cúcuta es el epicentro del infierno, donde en cualquier rincón y hora se observa jóvenes y también mayores inyectándose heroína, consumiendo marihuana, coca o bazuco, droga que se hace con la pasta base de cocaína, que se prepara con residuos de esa droga y se procesa con ácido sulfúrico y queroseno, aunque también se le pueden mezclar éter, carbonato de potasio o cloroformo.
A esta población poco les importa el transeúnte que los observa o el paso de una patrulla policial, que por lo general prefiere ir hasta el centro de acopio a pedir la cuota diaria para permitir que el negocio continúe su ritmo, o cansados de llevar a alguien y a las pocas horas verlos libres por la corrupción del aparato judicial.
Pero ahí no para todo. En el flujo de migrantes llegaron venezolanos dispuestos a todo, incluso matar o vivir en el filo de la navaja, como es irse a raspar coca a la zona selvática del Catatumbo, donde trabajan cuatro semanas y luego regresan para enviar o llevar dinero a su familia y, tras un breve descanso, regresan a enfrentar la muerte, una cruda realidad para sobrevivir.