El Secretario de Estado del Vaticano visitó recientemente al Presidente Putin y la sede del Patriarcado ruso. ¿Política o religión? ¿En qué clave se debe interpretar este gesto?
1. La historia detrás de esta visita. Para entender por qué el Cardenal Parolín se reunió no sólo con las autoridades religiosas de Rusia, sino también con los líderes políticos (21-23 agosto), hay que recordar que la relación de la Iglesia Católica con la Iglesia Ortodoxa rusa, desde hace casi mil años ha sido tensa.
También hay que mencionar que en Rusia, los temas sociales, políticos y religiosos están estrechamente vinculados, debido a la estrecha convivencia entre la Iglesia Ortodoxa y el Estado ruso, tanto en la época de los zares como durante el período soviético.
2. El vínculo entre lo social y lo religioso. Hay una realidad fundamental al hablar de las grandes religiones, que consiste en que los ciudadanos de un país y los fieles de confesión religiosa son las mismas personas.
Por eso, hay temas comunes que interesan tanto a los gobernantes como a los dirigentes religiosos. Pero esta situación de convivencia de lo civil y lo religioso es especialmente compleja en la actual Rusia
3. Ante el Kremlin y el Patriarcado. De ahí fuera muy lógico que el Secretario de Estado del Vaticano se reuniera con autoridades rusas tanto civiles como religiosas. En las juntas con el Presidente Putin y sus ministros, la Santa Sede acordó la búsqueda de “soluciones pacíficas a las crisis” en el mundo.
Después, en otra reunión, el Card. Parolín y su par, el Metropolitano Hilario de Volokolamsk, pudieron tocar “temas espinosos” como la situación de la Iglesia greco-católica de Ucrania, que responde sólo ante Roma.
Epílogo. ¿Qué había de fondo: intereses solamente religiosos, o también políticos? No debe sorprender que se abordaran asuntos civiles, porque los grandes temas del hombre como la libertad religiosa, la paz y la familia también son asuntos de cualquier religión.
Además, esta reunión del Vaticano con las autoridades civiles y religiosas de Rusia abre una nueva época histórica, una “etapa de colaboración”, en la relación entre religiones y entre la Iglesia y el Estado.