Miguel, hijo del maestro Fermín, en la época de los 70 llamó la atención por esa naturalidad y sentido de la estética en el manejo del percal, por esa facilidad admirable para colocar las banderillas y una clase excepcional al manejar la muleta. Durante el primer tercio, sus verónicas llevaban una alta dosis de clase y profundidad; al colocar banderillas poseía un gran sentido del tiempo y la distancia, así como de la velocidad en la arrancada del toro. Sin embargo, lo más destacado de su toreo fue la muleta, sobre todo con la izquierda, la cual era llevada de manera suave, acompasada, llena de temple, para traer las embestidas, dentro de un bello marco estético.