La palabra santurrón define al dictador venezolano Nicolás Maduro: persona que muestra hipócritamente una devoción y una santidad, que todo lo que hace es por el bien de la patria.
Es decir, un sinvergüenza que construyó con el apoyo de los descendientes y los allegados del desaparecido presidente Hugo Chávez un mundo de mentiras que el mismo terminó por creerse.
Aprovechó la ignorancia de su pueblo para darle vida a su criminalidad, creo bandas o colectivos, que sumados a sus militares más cercanos conformó un bloque investigativo y autodefensa para tener aterrorizados a los que paso a paso descubrieron que todo era una farsa.
Para reforzar su ‘ejercito’ le dio pasaporte de entrada a los grupos guerrilleros y bandas criminales de Colombia quienes tras cometer sus fechorías llegaban al territorio venezolano para permanecer escondidos hasta que pasaba la tempestad, hecho que aun ocurre.
El mercurio y la coca ingresaron a manos llenas al territorio venezolano de manera ilegal, sin ninguna clase de documento y fueron entregados a los mercaderes de la guerra para proteger sus áreas de trabajo. Con el oro se envenenó los ríos, pero se logró sacar por las fronteras con Brasil y Colombia grandes cantidades de oro que enriqueció a muchas personas o grupos, no sin antes corromper a uniformados y estamentos oficiales.
Pero sí el oro corrompió gente más lo hizo la coca que volvió sumisos a los militares, a los políticos y enriqueció a unos cuantos mientras que una parte de la población se conformó por recibir mensualmente una limosna económica, cerveza, queso y jamón mientras que la mayoría buscaba comida en la basura.
Muy pronto se vino la expropiación de las empresas, la expulsión de la gente que trabajaba: italianos, españoles, portugueses y colombianos principalmente.
Además una galopante superinflación, una creciente criminalidad y falta de medicamentos que ha conllevado al bloqueo de los tres puentes fronterizos para impedir el paso de la ayuda humanitaria. En conclusión Maduro es un criminal.