En la frontera colombo venezolana, por el Norte de Santander, suceden casos que dan escalofríos conocerlos porque los relatos de los protagonistas son principalmente gente del común y militares de Venezuela, que tienen la obligación de protegerlos, pero que no sucede.
Los integrantes de los mandos militares no contentos con hostigar a sus compatriotas exigen dineros por perdonarles la vida o violar a las mujeres, sin importar si son menores o no, porque algunos de sus familiares pasaron la línea divisoria cansados de la falta de probabilidades de tener un mejor futuro y convencidos que en otra latitudes la van a conseguir.
Los que se quedan en la frontera, no tienen ningún recato en relatar lo que sucede en su país lo que genera la ira y motiva la ‘venganza’ de los mandos militares o de los ‘colectivos’, la mano negra del Gobierno del dictador Nicolás Maduro.
Pero ¿por qué no salen de Venezuela las víctimas de ese maltrato? La razón es que si huyen sus bienes pueden ser entregados a terceros y recuperarlos será complicado, porque están convencidos que la debacle social y económica de su país va para largo, incluso sí el actual régimen es derrumbado.
La presencia de militares rusos, en los últimos días, aumentó el escepticismo de una pronta solución y con ello la baja de la moral y más cuando cada semana se presentan dos o tres apagones con lo consecuentes daños para sus artículos eléctricos, la falta de comunicaciones, de los víveres perecederos y el peligro de no ver el otro día sí se enferman y deben ser hospitalizados.
La cruel la historia prosigue cuando en territorio colombiano se acabaron los cupos en los colegios por el aumento de la migración y el gobierno alquila casas para alojarlos y las ayudas internacionales no llegan para enfrentar el problema social y los hospitales no dan abastos para atender las necesidades primarias de los extranjeros como tampoco de los locales, lo que genera otro problema. En conclusión, la frontera es un polvorín, que en cualquier momento puede estallar.