Desde 2011, Alexei Anatolievich Navalny ha denunciado las elecciones de su país como fraudulentas y ha sido encarcelado por ello varias veces, al tiempo que ha sufrido una larga cadena de agresiones
Alejandro Gutiérrez Balboa/Columnista
Alexei Anatolievich Navalny ha sido más que una piedra en el zapato de Vladimir Putin. Se volvió su principal oponente tras el asesinato de Boris Nemtsov en febrero de 2015, frente al Kremlin. Navalny fundó un organismo encargado de denunciar la corrupción de connotados jerarcas de la nueva nomenklatura rusa y desde entonces ha sido el blanco de las iras de los políticos corruptos en el poder, al igual que de las principales empresas controladas por el gobierno, o sea, de todo el sistema que gobierna Rusia, al evidenciar sus prácticas ilegales.
Desde 2011 ha denunciado las elecciones de su país como fraudulentas y ha sido encarcelado por ello varias veces, al tiempo que ha sufrido una larga cadena de agresiones, hasta físicas, con un intento de envenenamiento el año pasado, en su última detención. Sus denuncias suelen estar bien documentadas y se han distribuido en redes sociales alcanzando una cobertura impresionante, dentro y fuera de Rusia.
Documentó que el entonces Primer Ministro Dmitri Medvedev era el propietario de un consorcio inmobiliario erigido a través de corrupción. De esto se hizo un documental y el implicado se negó a presentar una demanda contra Navalny por difamación “para no hacerle publicidad”. También denunció al Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, Kirill I, por haberse alineado por entero a Putin
La Comisión Electoral rusa vetó su candidatura para las elecciones presidenciales de marzo de 2018, que convirtieron a Putin en presidente ad eternam.
El pasado jueves, el avión en que viajaba se vio obligado a aterrizar de emergencia, al perder el conocimiento y mostrar signos de gravedad. Fue hospitalizado en cuidados intensivos en una ciudad siberiana y de inmediato se sospechó haber sido víctima de envenenamiento. Las autoridades rusas negaron el permiso para que fuera trasladado a un hospital extranjero, en espera de que desaparecieran de su cuerpo las huellas del veneno. Finalmente se logró llevarlo a Berlín, donde los médicos han encontrado las evidencias de que efectivamente fue envenenado.
Un crimen más del autócrata ruso que le significarán nuevas sanciones internacionales. El rufián Putin no se ha detenido en envenenar disidentes en pleno Londres, ordenar que sean baleados otros o encarcelar arbitrariamente a otros más. Putin no tolera la oposición o la crítica a su poder, como todo déspota, y debido a algunos de estos crímenes su país ha enfrentado graves castigos. Éste no quedará impune.