Mario Maraboto

El artículo 69 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos establece: “En la apertura de Sesiones Ordinarias del Primer Periodo de cada año de ejercicio del Congreso, el presidente de la República presentará un informe por escrito, en el que manifieste el estado general que guarda la Administración pública del país.”
En cumplimiento a dicho precepto, en un mensaje de 2 mil 584 palabras, el 1 de septiembre de 1917 el presidente constitucional Venustiano Carranza se dirigió por vez primera vez ante la más Alta Tribuna de la Nación (quizá ignoraba que iniciaba la ‘Tercera Transformación’). Sus primeras palabras fueron: “Señores diputados, señores senadores: Motivo de especial satisfacción es para mí en este solemne acto, en cumplimiento del mandato legal, informaros sobre el estado de la Administración pública, en el breve lapso de tiempo transcurrido desde el 1o. de mayo a la fecha…” (asistencia de 165 CC (diputados.gob.mx))
Aun cuando desde el primer presidente, Guadalupe Victoria, ya se rendía un informe a la nación, a partir de entonces cada 1 de septiembre los presidentes de México entregan al Congreso el informe del estado que guarda la Administración pública del país. El tiempo de lectura del informe variaba entre una y tres horas (el de Abelardo Rodríguez duró siete horas y media (1934).
Por tradición, el informe se desglosa en secciones (economía, educación, trabajo, salud, etcétera) y finalmente la sección más esperada: el mensaje político. Las tradiciones se rompen tarde o temprano, y si ya se había roto la de leer el informe en la sede del Congreso, la de los recorridos en autos convertibles en medio de una lluvia de papelitos tricolores… si terminó el ‘besamanos’ en el Palacio Nacional, ¿por qué no convertir el informe en un mensaje enteramente político aderezado con datos que nadie más que el mismo presidente conoce? ¿Por qué no aprovechar la difusión del acto para realizar actos de campaña?
En su primer informe, el actual mandatario leyó un mensaje de 6 mil 975 palabras con conceptos como la separación entre el poder económico del poder político (no explicó cómo); un gobierno para ricos y para pobres, creyentes y libres pensadores, y todas las mexicanas y mexicanos (no aclaró que para ello se tenía que ser su fiel seguidor); y la existencia de un auténtico Estado de derecho en donde, “al margen de la ley, nada, y por encima de la ley, nadie” (tampoco aclaró que eso no lo incluía a él).
No podía faltar el tema de la corrupción: “Mi Gobierno no sería recordado por corrupto”; que no hace persecuciones facciosas ni venganzas políticas (hay varios que podría dar fe de lo contrario); que no encubre a nadie ni permite la impunidad (mientras nos sean sus hermanos o uno que otro funcionario de alto nivel), y que la austeridad republicana es una realidad (que generó graves problemas de abasto de medicamentos, entre otras cosas). Por supuesto habló de su (fallida) estrategia de seguridad, de sus grandes proyectos de infraestructura, de que Pemex es lo máximo, de que protege a los mexicanos en Estados Unidos y de que sigue repartiendo dinero a diestra y siniestra.
En su segundo informe (2020), poco más breve que el primero (4 mil 31 palabras), dijo haber cumplido 95 de los 100 compromisos que hizo al asumir la presidencia; de que, a pesar de la COVID-19, no se apartará de los compromisos formulados; volvió a hablar de erradicar la corrupción, de la austeridad; de que, a pesar de la crisis de salud y la económica, “vamos saliendo adelante”; de que “se tiene el mejor Gobierno en el peor momento”; de que “la austeridad republicana es una realidad. Son hechos, no palabras”; y de que sigue repartiendo dinero a 23 millones de familias.
Señaló que, al cumplir dos años de su gobierno, se terminarían de sentar las bases de la llamada Cuarta Transformación y que, “a partir de entonces, solo quedará la tarea de terminar la obra de transformación…”
No es difícil suponer que su tercer informe tendrá más o menos las mismas características en extensión y temática, excepto que esta vez se jactará de la ‘eficiente’ gestión de la pandemia (a pesar de los más de medio millón de fallecidos). Insistirá en que la estrategia de seguridad ha dado resultados, de que la economía sigue creciendo, de que, “por el bien de México, primero los pobres”, y volverá a decir que la Cuarta Transformación sigue avanzando.
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, transformar tiene las siguientes acepciones: “Cambiar o transformar una cosa en otra distinta; hacer que alguien o algo llegue a ser cierta cosa que antes no era; hacer que alguien adquiera una creencia religiosa que antes no profesaba o una ideología o una costumbre que anteriormente no conocía, no admitía o no practicaba.”
Transformar puede ser para bien o para mal: cambiar a algo distinto ¿es para bien de los involucrados?; llegar a ser lo que antes no era ¿es para crecer, para frenar el crecimiento o para retroceder? Cambiar a costumbres que antes no se practicaban ¿es para adoctrinar o para hacer las cosas de manera positivamente diferente? La principal pregunta, que seguramente no se responderá en el tercer informe, es: ¿En qué quiere el presidente transformar a México? La percepción es una transformación en algo negativamente diferente a lo que hasta ahora lucha el país por no ser.