Daniel Lizárraga
El presidente López Obrador ha dicho en varios discursos que los soldados y sus mandos superiores son pueblo uniformado. Sin duda tiene razón, sobre todo si repasamos la historia de México en el siglo XX; sin embargo, eso no los ha hecho inmunes. No tienen un manto protector contra uno de los peores males de las democracias: la corrupción. Una prueba reciente de ello es el caso del general Eduardo León Trauwitz.
El hecho de tener un mandatario honesto impide o, en su caso, detiene la inercia de los anteriores gobiernos de robar todo lo que pudieran. Al presidente Miguel Alemán Valdés (1946-1952) en las calles la gente lo tildó como ‘Ali Babá y los 40 ladrones’, el cuento anónimo incluido en la obra ‘Las mil y una noches’ y magistralmente retomado por José Emilio Pacheco en ‘Las batallas en el desierto’. El Gobierno de Peña Nieto pareció una calca de aquellos tiempos en México. Hoy enfrentamos las consecuencias, aunque haya pocos responsables tras las rejas.
León Trauwitz fue un militar poderoso, primero como jefe de la escolta de Peña Nieto cuando fue gobernador del Estado de México y luego nombrado director de la Subdirección de Salvaguardia Estratégica de Pemex. El general, de acuerdo con las acusaciones en su contra, se enriqueció con la venta de huachicol, es decir, la venta ilegal de combustibles.
En la generalización se pierde perspectiva y queda fuera de foco el tamaño de un problema. La corrupción es como la humedad; corroe, penetra en los gobiernos incluso sin que, en algunas ocasiones, las autoridades puedan darse cuenta. Una de las premisas de quienes se han dedicado al robo de los recursos públicos es operar de la mejor manera posible para no ser descubiertos. Si bien es indispensable poner el ejemplo desde la presidencia, ellos no se van a detener por eso; van a buscar cómo colarse, hacerse de cómplices, para seguir con su negocio.
En el Gobierno de López Obrador, el Ejército juega un papel fundamental. Sobre los hombros de los generales descansa la confianza presidencial y, con ello, la esperanza de millones de personas que forman parte de la Cuarta Transformación. ¿Quién vigila a los generales, coroneles, tenientes y los demás mandos? Desde luego, el Gobierno y sus instituciones, pero hacerlo con los ojos cerrados conlleva un problema mucho más grave.
El Gobierno de López Obrador puede no ser igual a otros, pero la corrupción sí lo es. Las mafias y las redes de corrupción no se van a detener por eso.
El juicio contra Eduardo León Trauwitz deberá servir para descubrir a sus cómplices y subordinados. De muy poco rendirá fruto la detención del general si él resulta el único culpable. Neoliberales, conservadores y reformistas deberán mirar ahí un punto de encuentro. Ante la polarización en debates en torno al flagelo de la corrupción, las pruebas por delante. Los hechos comprobados. Tope hasta donde tope.