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Siguen operativos en establecimientos para prevenir la COVID-19

La dirección de Riesgos Sanitarios realiza revisiones periódicas en establecimientos para verificar que se sigan los protocolos para inhibir contagios Carlos Uriegas Con gran puntualidad cinco células integradas por parejas salen a las 22:00 horas de la calle de Melchor Ocampo hacia distintos puntos de la zona conurbada de Querétaro, la intención, revisar que los … Leer más

La dirección de Riesgos Sanitarios realiza revisiones periódicas en establecimientos para verificar que se sigan los protocolos para inhibir contagios

Carlos Uriegas

Con gran puntualidad cinco células integradas por parejas salen a las 22:00 horas de la calle de Melchor Ocampo hacia distintos puntos de la zona conurbada de Querétaro, la intención, revisar que los establecimientos, restaurantes y bares cumplan con los protocolos establecidos por los mismos negocios con base en los acuerdos dispuestos en el Diario Oficial y en La Sombra de Arteaga.

Con Juan Carlos y Santiago nos aventuramos para ser testigos de la evaluación de los 17 puntos que conforman una lista de protocolos, y en caso de no cumplir con ellos observar cómo se colocarían los plásticos con la sentencia “suspensión” que limita las operaciones y servicio del lugar hasta que se demuestre que se subsanaron las fallas y se pague una multa que puede ir de los 5 a los 12 mil pesos.

La unidad en que nos movemos tiene como destino la zona del Bulevar de la República. En el camino, Charly, quien cuenta con 23 de años de experiencia en materia de revisión de protocolos comenta que en estos ocho meses ha suspendido más negocios que en todo su tiempo como Verificador Sanitario.

“La verdad perdí la cuenta cuando llevaba 50 negocios suspendidos, pero estos meses hemos puesto más sellos que en todo el tiempo que llevo trabajando como verificador”, narra mientas nos dirigimos al primer sitio, que de manera aleatoria o que ha sido denunciado por supuestas irregularidades, deberá ser evaluado.

La primera inspección

Veinte minutos después nos estacionamos para ingresar a un restaurante en que el sonido de la música en vivo nos marca el rumbo por un camino de árboles y piedras blancas de jardín. El lugar, francamente, es muy agradable. Las reacciones de los comensales son evidentes. Al vernos entrar las copas y los vasos detienen el camino hacia la boca, el corte del salmón es interrumpido y la cucharada con tiramisú queda repleta con el postre que cerrará con broche dorado una noche romántica.

Aun cuando no portamos los chalecos y las placas que identifican a los verificadores, mi compañera fotógrafa y yo nos sentimos observados, las miradas te rodean y la sensación de es la misma a cuando decides abrir la pista con el primer baile.

Los músicos tocan con libertad, pero sin dejar de vernos, los cinco meseros y el capitán se percatan del asunto y llaman al encargado del lugar a quien los verificadores le explican que la sana distancia no se está respetando.

Aunque el aforo cumple con lo establecido es la cercanía de la gente lo que pudiera derivar en una sanción.

Con presteza el encargado del negocio va y viene de la oficina con las carpetas que marcan los protocolos, los permisos de funcionamiento y demás papelería que con sellos y firmas componen un compendio de papeles que son revisados de forma acuciosa.

La amabilidad de los verificadores y la preocupación del encargado están presentes en todo momento, veinticinco minutos bastaron para que el mensaje quede claro; los cubrebocas aparecen ya en el grupo musical y en el sanitario el gerente del lugar “clausura” uno de los mingitorios para ampliar la distancia al vaciar la vejiga. Fue significativo ver cómo los comensales, la mayoría adultos que de jóvenes escucharon a Madonna y vivieron sin celulares, mostraban interés y preocupación por lo que ocurría, por esperar la sentencia de los hombres de chaleco azul marino.

Esta vez el restaurante solo fue apercibido de palabra y no tendrá que parar sus operaciones.

Una canción de Emmanuel muy popular

Sobre la misma avenida retomamos el camino que se ve interrumpido unos metros adelante. Las luces y la gran cantidad de autos de lujo son una prueba clara de que hay gente en el lugar. Los Porsche, Mercedes, BMW, Hummers y Jaguar son una clara señal de que quienes están adentro cuentan con los recursos para divertirse, con buenas relaciones y con un buen seguro de gastos médicos mayores.

El dueño del lugar aparece para dar la bienvenida mientras degusta una paleta, de las que tienen chicle en su centro. Su actitud demuestra la seguridad y el poder de hacer que las cosas pasen o no. El protocolo es evidente en el papel, la preparación del lugar no escatima en recursos, pero el trabajo de la autoridad sanitaria es verificar que todo lo que se compromete en el escrito se cumpla en los hechos.

Ambos espacios conforman un escenario de antro para bailar frente a una megapantalla y otro como cantina en la que se puede cenar mientras fotos de toreros y las cabezas de sus víctimas adornan las paredes del lugar.

“Como ven el espacio es amplio, pero las personas están muy juntas, no está la distancia establecida, pero vamos a ver”, comenta uno de los verificadores.

Además de los documentos que demuestran cumplir con los protocolos se activan los celulares que empiezan a buscar a los altos contactos. El tiempo pasa mientras mensajes de WhatsApp van y vienen en espera de una resolución.

Tras tocar base y luego de más de una hora de espera todo parece estar bien y nos retiramos de lugar.

Ya son después de las 23 horas y los negocios deberían ya estar cerrados, algo que se comprueba al seguir el camino sobre la avenida, la mayoría de los lugares están sin luces, pero del otro lado de la calle, con destino a Querétaro se ven luminarias intermitentes de colores en la plaza que está al ingreso de Jurica.

Valientes como Pedro Infante

Pasa de la media noche y, tras tomar el boleto, el vehículo verificador ingresa al estacionamiento. El silencio de la plaza contrasta con los gritos juveniles y el tronar de las bocinas, pero algo pasa, que durante el trayecto hacia la segunda planta el volumen de la música disminuye y las luces blancas comienzan a encenderse.

La cadena está puesta y los auditores se identifican, mientras un primer grupo de jóvenes universitarios abandonan el lugar. El lugar nos recuerda una película de Pedro Infante, el color es evidente ante las luces que marcan claramente los espacios destinados para cada mesa. La fiesta parece terminar, y ese es el reclamo, por lo que las bebidas se beben de un jalón y las lenguas terminan por encontrarse entre las parejas que intercambian besos con sabor a ron, tequila y whisky.

“El lugar cumple con la distancia, pero como ven todos son jóvenes”, mientras comenta lo evidente, un grupo de chicos lamenta que les aguamos la fiesta. “Ya ven, por su culpa se acabó todo y nos prendieron las luces”, frase que mete en el mismo saco a quienes buscamos contar esta historia.

El joven encargado del lugar es muy amable y cumple con cada uno de los requisitos. “La salud de mis clientes es lo primero”, el lugar es inocente y nos marchamos del lugar.

La sensación de ser inmunes al COVID-19 se magnifica mientras disminuye el rango de edad de los clientes durante el recorrido. Mientras que los adultos parecen preocupados o se percibe que se sienten juzgados, en el antro de Jurica la preocupación pasa más por la pregunta: “¿De aquí a dónde? ¡Vamos a mi casa guey!”. La fiesta debe continuar, en una juerga en la que el coronavirus será mucho menos peligroso que tomar el volante con la sangre inundada de alcohol.

Pena tras pena…las que destrozan mi vida

Es casi la una de la mañana y el recorrido parece terminar, pero llega una llamada de una de las células que realiza una diligencia en Pie de la Cuesta. Requieren apoyo y allá nos dirigimos. Subimos por la avenida que ahora presume unas novedosas paradas de camiones.

La noche desemboca en El Legado, un lugar que dista mucho de lo visitado anteriormente. Los recursos sanitarios están prácticamente ausentes, se carece de termómetro en la entrada y una jerga cumple las funciones de tapete sanitizante. El lugar calificado de “tugurio” ofrece una barra desnutrida, con vodkas y rones económicos y cartones apilados entre las mesas de lámina rotuladas con marca de cervezas.

Mientras se escucha a la Banda el Recodo con su clásico “Pena tras pena”, las palabras Violación al horario, aglomeración, faltar a 16 de los 17 protocolos establecidos en la ley sanitaria y acompañamiento sexual, son algunas de las frases que se alcanzan a leer cuando uno de los auditores llena el acta de suspensión.

La pobre luz del lugar, obliga a sus compañeros a alumbrar con sus celulares, las justificaciones no son escuchadas, los sellos salen de la cajuela de los autos para ser colocados a la entrada del lugar.

“No es clausura verdad”, comenta uno de los encargados del lugar, mientras su compañera firma y se compromete a que el lunes subsanará las deficiencias.

La suspensión de actividades no limita el ingreso al lugar, los encargados podrán entrar y volverán a operar tras el pago de la sanción.

“Se suspendió el lugar, ya que además de lo que vieron, había denuncias de que el sitio estuvo operando aún cuando estábamos en semáforo rojo”, algo que es posible que siga ocurriendo ya que unos sellos de plástico no los detendrá, ni a dueños, ni clientes ni al COVID-19.

Bastaron cuatro horas de recorrido para encontrar cuatro mundos muy distintos en una misma ciudad. Del lujo bajamos a la precarización de la fiesta, cuatro lugares que brindan servicio y esparcimiento, todos unidos por una pandemia, en la que un virus es capaz de disfrutar de un buen cuarteto musical, de las rolas ochenteras, embriagarse de besos o bailar de “cartoncito de cerveza”.

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